En 1968 todavía íbamos a salas a escuchar música, sin saber quiénes eran los que subidos en un escenario intentaban transportarnos a otra dimensión, a un sueño muy profundo por un par de horas escasas. Y a veces no nos gustaba lo que escuchábamos, ¡claro que no! En ocasiones eran malísimos, y bebíamos, bebíamos para poder soportar aquellas dos horas escasas. Bebían hasta las chicas ligeras de ropa que bailaban al son de aquel sonido nauseabundo. Creo que era lo que nos gustaba, no saber qué te podías encontrar cada noche, ¡el riesgo! Nos fumábamos unos canutos antes de entrar, nos poníamos en la onda, así se decía en aquellos años al menos.
También acertábamos, y cuando ocurría, cuando acertábamos, entonces merecía la pena cada mala noche anterior, correr el riesgo. Entonces eras un privilegiado. Recuerdo una noche, sería septiembre… o tal vez marzo, la verdad es que no lo recuerdo, yo me ponía mucho en la onda, ¡Ya saben de qué hablo! Entramos. En el cartel pegado a la pared del Whisky a Go Go ponía: “Big Brother and the Holding Company”, sonaba a orquesta de pueblo, aún así entramos y vaya… Cuando no me había pedido la primera copa sonó un punteo de guitarra increíble… ¡Miren, todavía se me ponen los pelos de punta al recordarlo! “Oh, come on, come on, come on!”. Aquella voz… cómo cantaba aquella mujer, bajita fea, pero con una voz que te arañaba el alma. El barman tuvo que esperar al menos cinco minutos hasta que pude volver en si y pagarle la copa. Me había quedado colgado unos segundos del hilo de su voz, creo que aún lo estoy. Aquella noche las chicas ligeras de ropa que pagaban para mover el culo mientras los clientes disfrutaban de la música no bebían, no les hacía falta, ella lograba hacerlas moverse así, sólo ella con su voz, ¡Era así de fácil!
Ha pasado ya… ¿cuarenta años? ¡Qué barbaridad! A veces cuando estoy solo enciendo el tocadiscos y la escucho, vuelvo por un instante a aquella noche en el Strip. Vuelvo a quedarme colgado de su voz. Vuelve el pelo a levantarse como el público de un pequeño teatro después de haber visto una gran obra teatral.