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MI ABUELO ES BUKOWSKI

 

Las mañanas en L.A son maravillosas. Sopla el aire del desierto. La temperatura es agradable. Los turistas fotografían todo, todo, como si fuera un decorado de una película. Miro por la ventana y veo a mi abuelo, mi abuelo es a la persona que más admiro. Él es escritor, no uno cualquiera, no uno de esos que escriben libros para vender, para estar en las primeras estanterías de los grandes almacenes, de esos que leen los que no les gusta leer. Mi abuelo escribe lo que le sale de las pelotas, suena fuerte, es así. Ha creado escuela, en Europa es muy famoso. Pero no le gusta mucho viajar, le gusta beber, beber hasta acabar tirado en el suelo, y escribir, sobre todo escribir libros que antes nadie leía y ahora devoran. Y esperan el siguiente, y el siguiente y el siguiente, y nunca son suficientes.

Porque mi abuelo es Charles Bukowski.

Salí corriendo, le abracé, aunque a él sólo le gustan los abrazos de las mujeres. Me da un golpe en la espalda, intento fingir que no me ha hecho daño, que ya soy un hombre, sé que es lo espera de mí. Me lleva en su viejo y destartalado coche por las calles de la ciudad, no sé a dónde, pero antes hace una parada para comprar algo de whisky, de los buenos. Me cuenta que ya bebió demasiada basura cuando era pobre, que ahora que podía, bebería lo mejor que hubiera. Se enciende un cigarro con estilo, con el que te dan tantos años con uno entre los dedos, amarillentos y retorcidos como una de las palmeras del Sunset.

Me pregunta si ya he echado un polvo. Respondo que sólo tengo diez años. Suficiente, dice. Sonrío mientras veo por la ventana a los transeúntes sumergidos en sus problemas. Detiene el coche en el aparcamiento del hipódromo Los Alamitos, en Cypress. Me dice que le diga un número del uno al seis y que le espere unos minutos en el coche. Seis. Y se marcha. Veinte minutos después aparece. Me enseña un fajo de dólares, dice que he salido a él, con una felicidad contagiosa. Me invita a un helado, lo tomo mientras él bebe de la botella de whisky que compramos. Más tarde me deja en casa, e impaciente espero que vuelva a buscarme.

Rubén Ortiz Rodriguez
En ocasiones músico en Falconetti, en otras escritor. Espíritu endémico y Luciérnagas en la oscuridad. Inventando historias desde 1986.

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