Cuando te llamas Clarence Worley, trabajas en un videoclub, vives solo y tu única pasión es el cine de Kung-fu, nunca esperas tener un golpe de suerte, nunca esperas a una mujer como Alabama en tu vida, guapa, rubia, dentadura perfecta, cintura peligrosa, con la mirada más tierna de todo Estados Unidos. Mucho menos que aparezca como si nada una fría noche nevada, de esas noches que se congelaría hasta el mismísimo Bobby Drake. Y después de haberlo tenido, siempre piensas que algo malo pasará, que todo no puede ser tan bueno, ¡Imposible!, algo arrasará todo como un huracán de categoría cinco en la Escala de Saffir-Simpson. La vida no puede ser tan perfecta, piensas mientras apoyas tu codo en la barra de un bar oscuro y maloliente, sonando You´re so cool! De Hans Zimmer en una vieja máquina de discos.
Bebes. Te miras en el reflejo del vaso de tubo. Imaginas qué te aconsejaría Elvis si estuviera allí, si le conocieras, si tan siquiera estuviera vivo. Probablemente nada, probablemente se bebería lo que queda en tu vaso, pasaría un buen rato en el baño y se largaría a cualquier otro lugar del mundo, porque Elvis en momentos delicados no suele tener buenas ideas.
Pides otra copa. En lo que tardan en servírtela te acuerdas de tu padre. Cuando Dennis Hopper es tu padre, es policía y llevas años sin verle dios sabe por qué, piensas que él sí sabría qué hacer en esta situación, siempre supo hacer lo correcto. Le echas de menos. Das un trago más, ese trago que está en la frontera de la sensatez con la esquizofrenia. Cada trago es una elección, ¿Me la juego? ¿Uno más? ¿Por qué no? Y siempre juego, porque yo siempre he sido de los que se la juegan.
Pago la cuenta. No quiero pensar más por hoy. Ni en el maletín, ni en Drexl, ni si quiera en mi padre. Sólo en Alabama, en el Cadillac rosa que tengo aparcado en la puerta, en Los Ángeles, en la aventura, en que sólo se vive una vez.
En ¿Por qué no va a salir todo bien por una puta vez?