Ya ni recuerdo cómo y cuándo acabé en esta esquina. Me acuerdo que en otra vida tuve una familia, hijos. Hace frío. Enero es un cabrón despiadado que te apuñalará por la espalda en cuanto pueda. Los puentes no arropan demasiado. Las estrellas aparte de vigilar y alumbrar no hacen gran cosa. Pero sin duda tu peor enemigo es la noche, en una hora podrían aparecer un grupo de jóvenes borrachos y quemarte vivo, en el mejor de los casos te puedes llevar unas cuantas patadas en las costillas.
En una bolsa azul guardo mi vida. Un cortaúñas. Un peine partido por un extremo. Unas gafas de ver que no me sirven. Alguna camiseta arrugada promocionando unos grandes almacenes que ya no existen. Un montón de llaves que no sé qué abrirán. Y lo más importante, una radio. La encontré, o me buscó ella a mí, cerca de mi esquina, agonizaba enterrada por envoltorios y paquetes de tabaco en una papelera. Funcionaba, ¡Vaya si funcionaba! Desde entonces es parte de mí, con ella puedo escuchar a Dizzy Gillespie, John Coltrane, Charlie Parker, Thelonious Monk. Puedo escuchar ese solo de batería que me engarrota el corazón, con ese ¡Bing! ¡Bang! Que sólo el bebop sabe hacer. Me puedo esconder de la sociedad en un contrabajo, poder sentirlo en mis manos, poder vivir cómo mis dedos se mueven por él poseídos por una danza pagana, ¡Yo no sé tocar el contrabajo, por dios! Ese saxofón que te rompe los esquemas cuando piensas que todo ha acabado, cuando bajas las defensas.
Y el mundo es mejor, de verdad, es mejor sonando jazz, debería de existir una ley que obligara a escucharlo, ¡Todos dirían que sí, es una locura! Es mejor con A night in Tunisia, Just Friends, Impressions, con Plexus.
Con ellos el mundo hasta parece un buen invento.