Blade Runner 2049 y el paradigma del buen «secuelismo»
Parecía difícil grabar una secuela de Blade Runner. Muy difícil. Más complicado aún era grabar una buena. No porque resulte inusual hacer segundas partes, si no que se lo pregunten a las dinastías de superhéroes. Es más porque, en este caso, tocaba continuar con una película que se ha ido convertido en una auténtica institución del cine culto desde su estreno en 1982. Además, a diferencia de otros universos, el de Blade Runner no tiene detrás a legiones de fans que se llegan a contentar con un cine casual, sin demasiada profundidad (lo cual es totalmente legítimo). Por tanto, la película de Denis Villeneuve tenía que satisfacer tanto al público que vio en su día la original (y la idolatra) como a la nueva generación de cinéfilos a los que la primera les queda muy atrás en el tiempo y con la que no se identifican tanto. Vamos, que el canadiense se arriesgaba a que los más mayores derramaran sangre contra su creación y que los más jóvenes acabaran aburridos en sus butacas. Bueno, después de haber estereotipado hasta la muerte a las dos generaciones y de haber dibujado la casi imposibilidad de realizar una secuela digna, planteo lo siguiente: ¿por qué llega a ser una buena cinta?
A ver, a ver. Que me parece que me he lanzado a la piscina muy rápido. Esta película cumple. Con creces. Logra ser una cinta con personalidad propia sin dejar atrás su carácter de segunda parte. Esto conseguido desde el “secuelismo”, que ya de por sí está maldito en la cultura popular con eso de que “las segundas partes nunca fueron buenas”. Pues bien, no hay mejor momento para olvidar de una vez el tan desafortunado refrán. Porque aquí Villeneuve no solo ha hecho una buena segunda parte, sino una excelente película. Y ahora veremos el porqué.

Antes de nada, conozcamos un poco de dónde partía. Blade Runner no tuvo un buen estreno en taquilla ni en crítica, pero le pasó como al vino (o las capacidades interpretativas de Harrison Ford), que su percepción mejoró con los años. Y tanto que si mejoró. De pasar a ser criticada hasta el agotamiento a ser uno de los referentes del cine de ciencia ficción. El público, que estaba acostumbrado a una ciencia ficción más enérgica, con más acción (La guerra de las galaxias se estrenaba cinco años antes), se topó con una cinta de desarrollo lento, autorreflexiva y profunda hasta el extremo. Basada en planteamientos filosóficos, como el significado de ser un humano, la volatilidad de la vida o las ambiciones divinas de la humanidad en relación a la creación de vida nueva. Todo ello presentado desde una atmósfera opresiva, negra, sin esperanza visible y con una grandilocuencia sutil en sus diálogos que resulta exquisita. Bueno, solo todo eso.
Quizá a mí me apasiona demasiado como para ser objetivo, pero en definitiva, esto es a lo que se enfrentaba Denis Villeneuve. Establecido el reto, se imponen las condiciones del éxito. Más que director de cine, el canadiense ha estado obligado a ser físico, y entender que al igual que la luz es onda y corpúsculo, que su película debía ser buena secuela y que tuviera valor por sí sola, todo a la vez. O lo que es lo mismo, crear un producto de calidad que funcione para todas las audiencias anteriormente citadas. Y lo peor es que lo borda.

Blade Runner 2049 se asemeja a su “madre” en muchos aspectos. Sin llegar a desvelar su desarrollo (lo cual sería muy canalla por mi parte), tiene en su base un conflicto parecido. En la primera se proponía un desarrollo de un personaje, Rachel (Sean Young), que se resignaba a aceptar que era una replicante. En esta segunda, hay uno de los protagonistas que sufre un arco psicológico invertido (con algo de trampa al final). A fin de cuentas, si los conflictos personales se parecen, es porque la sociedad no ha cambiado tanto entre ambas cintas. Derivado de esto, la atmósfera que crea Villeneuve provoca una sensación de opresión cercana a la que Ridley Scott configura en el 82. La música es similar, incluso algunas piezas se repiten tal cual aparecen en la original (de hecho, para mí uno de los momentos más emocionantes de esta secuela es cuando se repite el tema “Tears in rain”, la mítica banda sonora que acompaña a Roy Batty (Rutger Hauer) y a sus lágrimas en la lluvia en la primera película).
Llega a tal extremo esta continuidad que hasta llegan a aparecer homenajes directos a la primera: un fragmento de vídeo y de audio se cuelan en la narración (estando totalmente justificados, por supuesto, que el director canadiense no da puntada sin hilo). Y eso sí, la principal problemática se repite en ambas películas: ¿qué hace al ser humano ser humano? La respuesta no me toca a mí resolverla, así que echo balones fuera para que vayáis al cine a saciar vuestra curiosidad. En definitiva, como hemos visto Villeneuve ha tenido muy en cuenta los antecedentes su largometraje, respetándolos y perpetuándolos de una manera muy acertada, para que el espectador sienta ese clima pesimista y opresivo que caracteriza el filme, y aprecie una continuidad emocional y formal con respecto a la primera.

Ahora bien, el canadiense no se limita al puro homenaje. Es verdad que Blade Runner 2049 tiene el espíritu de su predecesora y conflictos parecidos, pero no responderá a ellos de la misma manera. El guion de por sí es muy distinto, y no solo en el plano argumental, sino en las formas que tiene de explicarse. Es cierto que una crítica que se le hace es que en ocasiones se sobreexplica para poder llegar a ser más accesible y no perder al espectador. Eso puede que rompa en ciertos momentos la sutileza que derrochaba la original, aunque tampoco le impide profundizar. Otra de las innovaciones de la nueva entrega es la abrumadora calidad en la fotografía. De verdad, los fotogramas del artículo no son comparables a la experiencia cinematográfica que resulta el ver esos paisajes acompañados de toda la atmósfera que Villeneuve logra crear (parece que la nominación de Roger Deakins, director de fotografía, al Óscar está más que cantada, y no estaría mal que lo levantara después de sus 13 nominaciones).
En cuanto al elenco de actores, las elecciones parecen acertadas. De nuevo vemos otra película en la que Harrison Ford vuelve (ya son tres contando Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal y Star Wars: El despertar de la fuerza), para mí más convincente que en la primera entrega, no sé si por las arrugas o por mi entusiasmo. Sus compañeros de pantalla no se quedan atrás: Ryan Gosling hace lo mismo que en Drive, pero oye, lo hace bien; y merece una mención especialísima Ana de Armas, quien logra recrear a un personaje conceptualmente inusual de una forma soberbia. Estos actores, junto con las circunstancias ya mencionadas, consiguen elevar la narración más allá de la estela de su predecesora, con un discurso y una historia nuevos que convencen.

Blade Runner 2049 no es una simple continuación. Es una entidad propia que da forma al universo que comenzaba con aquel libro ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick y seguía con la obra maestra de Ridley Scott. Apenas tiene aspectos que envidiar a su predecesora, parece una cinta que trata con ella de tú a tú, en una batalla en la que los vencedores principales somos los espectadores. Cumple con el público, cumple con su pasado, y cumple consigo misma. Y mira, si se pudiera responder a la pregunta de lo que implica ser un ser humano, una parte de ello es ir al cine para poder tener experiencias la mitad de gratificantes de lo que es Blade Runner 2049. De nuevo, no sé si lo digo de forma objetiva o desde el entusiasmo emocionado. Aunque, ¿qué es el ser humano sino emoción?