California, 1960. Conduzco mi Chevrolet Camaro rojo, ese rojo que algunos llamarían naranja, otros naranja fuego, otros simplemente rojo. Voy por la estatal, entrando ya en L.A. El tráfico es fluido. En la radio ponen buena música, Johnny Cash no para de escupir frases por los altavoces. El tiempo es cálido, como siempre. Los vientos del desierto llenan la gran ciudad de un manto de misterio y confusión.
Me fumo un cigarro, me pido una copa. Jack lleva dos, pide la tercera. Nunca tiene fin. Me mira, como sabe mirar, con la sonrisa de medio lado, de soñador, del que se ha recorrido Estados Unidos entero haciendo autoestop, soltando hasta la última gota en sus libros, sin dejarse nada, como lo hacen los que ya no tienen miedo, escandalizando a la reservada sociedad americana. A la última copa invito yo. No opone resistencia alguna. Está acostumbrado a buscarse la vida, a negociar si fuera necesario.
Le hago algunas preguntas, las típicas, no me ha dado tiempo a prepararme la entrevista. Él está bastante acostumbrado y las regatea con bastante facilidad. Le pregunto sobre sus obras: Los subterráneos, Big Sur y por supuesto, En el camino. Me cuenta lo que cuenta a todos, pero cada vez con menos empeño. Yo asiento con la cabeza rápidamente, me delato, me dejo engañar. Es Kerouac, no lo puedo evitar. La pierna izquierda comienza a temblar, me pasa siempre. Me pide un cigarro. Vuelve a sonreír.
Finalizo con las preguntas más comprometidas. Está más bebido, pruebo suerte. ¿Actualidad de la sociedad americana? ¿Fue real todas las experiencias psicotrópicas que narra en sus libros? ¿Cómo es Neal Cassady? ¿Qué sabor tiene la libertad? ¿Quiere casarse conmigo? Balbucea. No le entiendo. Y cuando me doy cuenta, se ha ido, sin pagar nada, sin contestarme.
Cada vez que recuerdo aquello me sale la misma sonrisa de medio lado que a él. Y luego me sorprende hasta dónde llegó su fama. Ver a Jim Morrison, Bob Dylan, Salinger, Thomas Pynchon, The Rolling Stones, Patti Smith, The Beatles… todos ellos influenciados por sus obras. Me tumbo en mi sofá rojo, que algunos llamarían naranja. Me enciendo un cigarro. Escucho algo de bebop.
Vuelvo a los sesenta.