CulturaLiteratura

El camino (el tuyo y el mío)

Portada de la edición de Austral - Vía casadellibro.com

Cuando era más pequeño, mi abuelo me contaba una historia sobre un cazador y un pastor que fueron al campo a ver si encontraban algo para comer. La jornada no se dio muy bien, y al cabo de unas horas lo único que tenían era una perdiz y un mochuelo. El cazador —que era más avispado que el pastor—, propuso dividir el botín, y le planteó a su compañero: “Mira, como tenemos dos piezas, hacemos lo que prefieras. Si quieres te llevas tú el mochuelo y yo la perdiz, o me llevo yo la perdiz y tú el mochuelo”. Al ver que el pastor no se quedaba convencido, el otro volvió a repetir su triquiñuela: “Pero si es muy fácil, solo dime qué prefieres, que te quedes con el mochuelo y yo con la perdiz, o que me lleve la perdiz y tú el mochuelo”. El pastor, entre perplejo e incrédulo, no dejaba de pensar: “No sé cómo lo hará este tío para que me toque siempre a mí el de la cabeza gorda”. Mi abuelo siempre terminaba riéndose por lo bajo —yo con él—, incluso antes de terminar la historia, provocando el enfado de mi abuela, que decía que le quitaba la gracia a la historia si se reía antes de terminarla, de lo cual mi abuelo se reía más.

Miguel Delibes (mi abuelo también llevaba boina) – Vía Patria Común, Delibes Ilustrado

Un día, ya mayor, me llamó la atención un texto que leímos en clase de lengua. Era de estos que se leían al principio de las unidades, que servían para introducir un poco lo que ibas a estudiar después. Bueno, el caso es que en ese texto aparecía un mochuelo. Yo me acordé de mi abuelo, claro. Pero no era el mismo mochuelo que el suyo. Este del texto era el apodo de un chico de pueblo, Daniel se llamaba. Bastó ver algo conocido en el texto para sentir la obligación de prestarle atención, como si fuera mi abuelo quien me contaba la historia. Ya no me acuerdo de lo que decía el fragmento, pero sí de que el tal Daniel, el Mochuelo, iba acompañado de más amigos de sobrenombre: Germán, el Tiñoso y Roque, el Moñigo. Me recordó a las señoras de mi pueblo, a las que llamábamos “La Paula” o “La Feli” (con mayúscula, por supuesto). No importara cuántas Paulas o cuántas Felis hubiera, nosotros nos referíamos a una. Era casi como un título, como Isabel, la Católica. No hay más que una. Pues igual con la Feli, el Tiñoso o el Mochuelo. Aquellos chavales ya eran de mi pueblo. Me pude fijar en que el libro se llamaba El camino, y mi memoria lo retuvo.

El año pasado me compré el libro. Cuando lo vi en la estantería de una librería de segunda mano, tuve que cogerlo. Con los incentivos que me había encontrado en ocasiones anteriores, era casi un hecho del destino que me lo leyera. Y lo leí. Este ha sido mi camino hasta tenerlo entre los dedos. Sinceramente, tenía pensado realizar un análisis extenso y detallado sobre lo que yo había entendido, lo que me había transmitido. Pero no lo voy a hacer. Siento que cada cual puede entender esta novela de una manera distinta, como muchas otras, pero esta en especial. Vemos el mundo del Mochuelo a través de sus ojos inocentes, que cada cual le pongas sus propias lentillas.

La novela es El camino de Miguel Delibes, pero mi camino no es el mismo que el tuyo, ni quiero que lo sea. Yo ya os he contado mi camino. Mi abuelo me habló a través de este libro. Me habló La Feli. Me hablé yo mismo. ¿Quién hablará en tu camino?

Leave a Response