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La mafia en «La perla» de Steinbeck

Portada de "La perla" de la editorial pocket edhasa - Propia

En una película de mafiosos, todo el mundo sabe que su modo de actuar es incorrecto. Y no solamente gente ajena a la “familia”, también sus familiares más allegados están convencidos de ello. En este caso los familiares sensatos conciernen sobre todo al elemento femenino de la familia: mujeres, madres, hijas… A la vez, los únicos que parece que justifican su modo de actuar son los protagonistas, los encargados de que la máquina de la mafia nunca pare de funcionar. Claro, presentar esto al público para que lo acepte (e incluso lo comprenda) no es una labor sencilla, ahí entra el trabajo del director.

La perla es la historia de un mafioso, pero contada por un director para todos los púbicos: John Steinbeck. ¿Qué significa esto? Bueno, pues que presenta una realidad más llevadera y menos agresiva y más laxa; pero igual de dura. Para que se entienda, el narrador norteamericano cuenta la siguiente historia: Al hijo (Coyotito) de un pescador (Kino) le pica un escorpión, pero ni él ni su mujer (Juana) tienen dinero para llevar al bebé al médico. Es por eso que se lanzan a pescar a la desesperada una perla lo suficientemente grande como para pagar el remedio. ¿La buena noticia? Que la encuentran. ¿La mala noticia? Que la encuentran.

Jonh Steinbeck – Vía Flickr

¿Y por qué algo que pretende ayudar puede tener esa faceta negativa? Bueno, eso es lo más atractivo de esta pequeña obra de Steinbeck, y lo que se intentará desentrañar. El escritor se pone en un papel casi profético, adopta un tono de parábola semejante a los que podemos encontrar en la Biblia, centrando el relato en llegar a la enseñanza final. Pero Steinbeck no es cualquier profeta. Él sabe crear una atmósfera que induce al lector para que se adentre en la acción y que participe en ella en primera persona. El acompañamiento del pueblo a los protagonistas y cómo cambia la actitud del colectivo, las canciones que son como acompañamientos reveladores de la sinfonía principal de la historia y la naturaleza que sostiene a la acción; todo esto se justifica cuando se ve lo que Steinbeck parece que pretende: que el lector se sienta como el Kino de la historia.

Porque no solo hay un Kino en esta historia. Kino es el mafioso, ¿por qué? No es que tenga malas intenciones, y quizá no sea un mafioso tradicional. Es un mafioso de puertas para dentro. Un capo de la mafia, según nos ha enseñado Hollywood, no quiere otra cosa más que beneficiar a su familia. No hay más que ver El padrino para darnos cuenta de la cercanía que existe entre sus miembros y cómo el patriarca intenta proteger esa unión a toda costa. Ese tipo de mafioso es Kino, un hombre que recorre el fondo del mar para encontrar una perla que puede sacar a su familia de la pobreza. Eso es lo que de verdad lo haría un hombre (o lo que haría un hombre de verdad), al menos así lo plantea Steinbeck. Y así lo critica también. Kinos del mundo: no se es más hombre por tener más carga en la espalda, y mucho menos cuando esa carga comienza a ser la causa del derrumbamiento.

El autor fue un gran crítico del capitalismo, lo que le granjeó múltiples críticas en Estados Unidos. No parece que este libro sea una crítica directa al sistema: existe un desprecio hacia lo que representan el médico y los compradores de perlas, porque son los que impiden el progreso. Sin embargo, no centra su visión en los que controlan al pueblo, sino en el pueblo mismo. Es un alegato en contra de la avaricia, del consumismo, o como se dice aquí en España, al cuento de la lechera: a perderse en grandes aspiraciones, descuidando por qué y por quién las aspiras. Kino es un buen tío, no parece su culpa el fatal destino al que parece estar condenado. La señal de peligro va dirigida al objeto corruptor: la perla.

Kino ve su futuro ya construido por la perla, lo ve como un puente que ha aflorado desde las profundidades para dirigirle a su meta: no es una herramienta para llegar, es el camino mismo. Es ahí donde se confunden sus deseos, es ahí donde se nubla y dice: “Esta perla ha llegado a ser mi alma […] Si me desprendo de ella perderé mi alma”. Parece que todos los esfuerzos por llegar a ser “un hombre” se los empeora la perla. El espíritu del mafioso aparece aquí, y Steinbeck parece que avisa de que un hombre no es un hombre si no es libre ni capaz de controlar su propio destino. Al igual que a los mafiosos les pierden sus negocios, a Kino le pierde la perla, no le deja actuar con libertad.

Pintura de Mellado (vía hijosdemilpadres.wordpress.com)

Y claro, dentro de este mar de oscuridad, alguien tendría que ser la estrella polar. En este caso se muestran dos: Juana, la mujer de Kino; y la naturaleza. Juana sigue el prototipo de la mujer del mafioso: es la voz de la razón, a la que tendría que hacer caso su impulsivo marido: “En ocasiones, la condición de mujer, la sensatez, la cautela, el instinto de conservación, lograban imponerse a la condición de hombre de Kino y salvarlos a todos”. Ella no es tan histérica como otras, como la mujer de Henry Hill en Uno de los nuestros de Scorsese (no esperéis más referencias porque se acaba mi filmografía), pero sí es el sentido común personificado, lo que pensaría cualquier lector que se le presentara esta situación: has alcanzado la felicidad, no lo eches a perder con algo que te va a empeorar la vida.

Hay un aspecto nuevo que la mafia no maneja, y es el contacto con la naturaleza. Siempre se ha dicho que la naturaleza es sabia, y entre sabios se entienden: Juana será la que más contacto tenga con ella, respetándola, desarrollando una conexión especial con las canciones o el misticismo que rodean a ambas. Por eso las dos servirán de alertadoras del protagonista. Esta fuerza terrestre actúa como las melodías que escucha Kino a lo largo de la novela: cambia de estado dependiendo de la acción que transcurra en cada momento.

Por eso cuando Kino se desplaza por la noche lo más rápido posible y orientarse al mismo tiempo, “tenía el viento en la espalda y las estrellas le guiaban”. O “la pálida luna entraba y salía de sus hebras”, pero cuando Juana recoge la perla del suelo, “la luna volvió a entrar en la oscuridad de las nubes”. Y una cosa está clara: podrás arrebatarle una perla a la naturaleza, pero nunca la podrás esquivar, nunca podrás esconderte de ella, nunca podrás ganar contra ella: por eso es sabia, tanto ella como quien la escucha. Y al revés, ignorante aquel que vaya en su contra.

Kino no es un mafioso. Es verdad, es verdad, lo siento, el texto se ha basado en eso, pero existe una gran diferencia que hace que la mafia y el protagonista (o incluso nuestro protagonista): Kino aprende. Todas las experiencias que vive y el destino al que condena a su familia y las advertencias de su mujer y de la naturaleza… Todo esto le sirve para aprender, para corregirse, algo que no entra en la mente de un capo (de los de mi corta filmografía). Pero no solo eso, Steinbeck quiere enseñar, apuntar con el dedo lo que está mal para que sea el propio lector el que se redima de esas actitudes. Por eso esta es una novela atemporal, porque la enseñanza que comunica no tiene fecha de caducidad, todo el mundo tuvo, tiene y tendrá una perla tentadora en su vida que deberá evitar. El valor del libro es decirlo, para que el lector no se convierta en el mafioso ciego que no ve su carencia, sino en la Juana natural y atenta que ayuda a su Kino a no perderse en su perla.

Fuente de las citas (por orden de aparición): Steinbeck, John; La perla, editorial Pocket Edhasa. Páginas: 102 (el alma y la perla), 93 (el carácter de Juana), 106 (viento), 93 (las dos de la luna)

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