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Las chicas del cable y el falso feminismo

Hace unas semanas, Madrid amaneció empapelada con los carteles de una de las series más importantes a nivel internacional que tendrá nuestro país. Ya les gustaría a otras producciones nacionales tener una campaña de marketing tan fuerte como la que se ha hecho para Las chicas del cable. Paga Netflix, no es ninguna sorpresa. Sinceramente, yo caí y me dejé seducir por la publicidad. La historia pintaba estupendamente, tenía un matiz diferente. Una serie contada por una mujer y en la que nosotras éramos las protagonistas. Por fin. Todo ambientado en una época donde ser mujer y tener derechos no podían ir en la misma frase sin un ‘no’ entre medias. Estamos hablando de 1928. Además, todas mis conocidas tenían las mismas ganas que yo de verla. Soñábamos con encontrarnos un relato revolucionario, centrado en los movimientos del momento, cargada de feminismo. Pero nos chocamos contra una pared desde el primer capítulo.

Voy a intentar no hacer ningún spoiler, aunque me va a costar trabajo. Lo prometo. La historia está centrada en la vida de cinco mujeres. Todas quieren trabajar en la compañía de teléfono más importante del país. Necesitan dejar el pasado atrás, escapar de casa, valerse por sí mismas, progresar. La fotografía es maravillosa y la escenografía está muy cuidada. Se nota que el gran gigante está detrás. Hasta aquí todo muy bonito. Aparece el primer error de Bambú Producciones: la elección de la música. Está totalmente descontextualizada. Música actual -y en inglés- para una época en la que el jazz y el charlestón estaban presente en cada rincón.

Tras verme el primer capítulo, desecho totalmente la idea de estar ante una serie feminista. Las vidas de esas mujeres giran en torno a sus relaciones amorosas. Con hombres. Un melodrama ‘made in Spain’ al más puro estilo Velvet o Gran Hotel. Nada nuevo. Y es una pena, porque podría dar mucho juego: cerca de una II República y con una Guerra Civil a la vuelta de la esquina. Escuchas ilegales al pueblo por parte de la aristocracia madrileña para frenar un posible golpe de Estado. Lo que viene a ser cosas interesantes. Pues no. Solo veremos romances. Y algunos tabúes sacados a la luz: bisexualidad, transexualidad, amor libre y los movimientos sufragistas femeninos. Pero todo de manera superficial.

Hablemos de la historia de amor principal. Es tóxica. Muy tóxica. Él la amenaza, la chantajea, la agrede y la acosa. Y es el amor de su vida, eh. Todo esto mientras juega a dos bandas, ya que él tiene mujer. Eso sí, no dudan en dejar a la esposa de Francisco (Yon González) como la loca de la película. Chica, es que eres una histérica y una celosa, quién no quisiera un marido así. Es ironía, por si no lo han pillado. Ah, también tenemos a la suegra que odia a la nuera. ¿Te suena? Estereotipos machistas donde los haya. Además, normalizan las agresiones físicas leves, los empujones y los tirones del brazo. Y si te pega y no te deja marca, nadie te cree. Y si tu compañero sabe que eres un agresor, te trata como si no pasase nada. Todo precioso, ¿a que sí?

La doble moral aparece en varios personajes: ¿sentimientos o aspiraciones laborales? ¿empatía? Qué más da, si nadie lo va a saber. Las mentiras sacan a los personajes de cualquier apuro. Que se lo digan a Lidia (Blanca Suárez) que está todo el rato renegando de su pasado, ese que la ha convertido en la persona que es.

Pero no todo van a ser críticas negativas. Aquí viene la parte que más me ha gustado de la trama: la amistad entre algunas de ellas. Lazos muy fuertes que hacen anteponer el bienestar común al propio. Sororidad en estado puro.

Que sí, que quiere mostrar cómo era la sociedad en ese momento. ¿Para qué? ¿Para demostrar que no ha -casi- cambiado? Pero qué se puede esperar, si ni sus propios protagonistas quieren saber nada de la palabra feminismo. Es más, fuera de la pantalla, dejan claro que los años 20 no nos quedan tan lejanos. ¿Verdad, Yon? Aunque este es otro tema. En fin, espero que la segunda temporada de un vuelco inesperado y consiga que cambie mi opinión. Por ahora, simplemente, es una más.

Sara Martín García
Feminista, (casi) periodista y adicta a viajar. Enamorada de mi perro. Con muchas ganas de cambiar el mundo a través del periodismo.

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