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ENTREVISTA | El Drogas: «Lo único que me interesa de la tradición es transgredirla, torcerla, quebrarla»

Foto: David Serón Esquíroz | OFF Magazine

Fotógrafo: David Serón Esquíroz.

No hay aceras, césped ni macetas en las ventanas. En un polígono industrial, las calles cuadriculadas se llaman con números y todo lo que caracteriza a los pueblos y a su hogar se desnaturaliza. Entre las naves y el cemento gris, Enrique Villarreal «El Drogas» (Pamplona, 1959) espera frente a una puerta de colores vivos que él mismo pintó junto a su nieto. “¡Joder, qué puntuales!”. Pañuelo atado en la cabeza, aros en las orejas y rastas. Pirata y hospitalario.

El local tiene un aspecto étnico. Las paredes están forradas con alfombras de todo tipo, posters y una estantería llena de Literatura Universal. También guitarras, piano, contrabajo y batería. Aquí, un cartel de Abbey Road se combina con las obras de Cortázar y un dibujo africano. Reducto de humanidad en la geometría de acero de un polígono industrial.

La antología poética de El Drogas, Tres Puntadas (2013), recoge etapas distintas de su producción artística. El poemario de una de las figuras más importantes del Rock español (Barricada, Txarrena, La venganza de la abuela) habla de amor, infancia, muerte, política o sexo.

Foto: David Serón Esquíroz | OFF Magazine

El Drogas, Enrique Villarreal, Eva Zanroi… ¿Son maneras distintas de encauzar la creatividad?

Sí, más que la creatividad, es el reflejo de lo que uno quiere ser. A veces son muchas cosas y, como me dedico al mundo de la farándula, puedo adaptarme fácilmente a distintos pellejos. Cada personaje me ofrece un reto, eso es lo bonito. Una cosa es la estética y otra distinta, crear una biografía para cada uno.

Has comentado varias veces que tienes un lado femenino.

Creo que todo el mundo lo tiene, pero desde la infancia se van potenciando cosas distintas en niños y niñas. Esto nos persigue a lo largo de la vida y, en muchas ocasiones, puede terminar de manera trágica. Digamos que es una rebelión contra los estereotipos que nos imponen desde que nacemos. Eva Zanroi –su seudónimo en algunos poemas– me permite reivindicar el papel femenino del hombre que, si acabara entendiéndose a sí mismo, daría muchos pasos adelante.

En tu primer trabajo en solitario, Demasiado tonto en la corteza, escribes una canción denunciando la violencia verbal contra las mujeres, ¿qué falta por hacer?

Mucho, mucho… Uno no sólo se siente atraído por el tema cuando pasa en el entorno más cercano, sino también cuando se trata de la ablación o de horrores que nunca pensé que pudieran existir. Intento entender para escribir. En tu mundo feliz, ves que pasan cosas y crees que no hay nada más allá, pero cuando empiezas a descubrir las historias que enraízan con la tradición… Que, por cierto, la tradición siempre está para romperla. Es lo único que me interesa de ella: transgredirla, torcerla, quebrarla. Dentro de esos legados tradicionales está el machismo puro. En algunos casos, como en Occidente, termina con el asesinato de la mujer. Pero en otros entornos, termina con connotaciones mucho más violentas. La letra de la canción (Están para violarlas) no es una historia personal, pero refleja muy bien cómo están las cosas.

¿Qué te lleva a escribir poemas?

Me gusta mucho escribir. Me dedico a hacer letras para canciones y a componer. La poesía es una forma muy concreta de la escritura. Cuando estás escribiendo para una música, tienes un camino del que no puedes salir: una medida y una fórmula concreta. Cuando te encuentras al margen de eso, la poesía tiene su propia musicalidad y el camino lo marcas tú. Es como ir a pasear por las orillas del río Arga, que ahora son todas de cemento. Todos llevamos lo mismo: unas zapatillas deportivas, un chándal… Todo comprado en el Decathlon (ríe). La otra opción es andar por la hierba. Siempre será mejor para los pies. Escribir letras para canciones y caminar por el cemento también está bien, pero la poesía no tiene nada que ver. En seguida noto cuándo mi cuerpo necesita tener los pies descalzos.

Foto: David Serón Esquíroz | OFF Magazine

¿Cuáles fueron tus primeras puntadas en la poesía?

Empecé a escribir letras de canciones a los dieciséis años. En el 76, cuando estaba estudiando 5º de Bachiller, escribí una letra que se titula Hiroshima. Habíamos estudiado en clase el tema de la bomba atómica. Me salió sin más, nunca hubiera pensado que llegaría a ser la letra de una canción. Unos compañeros de clase habían montado un grupo y yo empecé a ir a los ensayos. El guitarrista y compositor me pidió esa letra para hacer una canción. Cuando vi el casamiento entre mi letra y tres acordes, me di cuenta de que ese era mi mundo, sabía que de ahí no iba a salir. Me pareció un acto de magia, tan importante como la primera vez que haces bailar una piedra en el río.

En tu poesía se pueden leer muchos símbolos de infancia (las aulas negras como sotanas, el barrio en el que creciste…). También hablas de la educación que recibiste, ¿crees que fomentó tu creatividad?

Creo que la educación académica no puede fomentar la creatividad si tú no le das chispa y la quemas. Siempre animo a la gente a escribir. Si todos valemos para leer, todos valemos para escribir. Pasa lo mismo con las experiencias que vivimos. Estudié en un colegio del Opus Dei y me ha servido para acabar sintiendo rechazo y asco hacia ese tipo concreto de educación, la superioridad sobre los demás… Además, yo vivía en la Txantrea, un barrio obrero, y muchos de mis amigos estudiaban en escuelas distintas a la mía. Lo que pasaba en el colegio no era tan importante como lo que hablaba con mis amigos cuando nos juntábamos a la orilla del río para fumar. Ahí es donde de verdad aprendí.

En Tres Puntadas, tu antología poética, las imágenes violentas (“martillos morados que sodomizan”, “la tormenta que explota como un grano de pus”) se combinan con otras más delicadas (“marea de truenos ámbar”, “alas de punta rota de estrella”). ¿El Drogas se desdobla cuando escribe?

Es que soy como todo el mundo. El ser humano está en una constante búsqueda de la felicidad. Cuando todo va bien, esperas que la vida se quede como está. Pero la vida es crisis. Si el encefalograma está plano, estás muerto. ¡Ya tendrás tiempo para no hacer nada cuando la palmes! La vida es un camino de aprendizaje. La muerte puede cambiarlo todo en medio segundo. He tenido experiencias fuertes que han variado radicalmente mis cimientos, eso es lo que reflejan los escritos. Estoy a favor de asimilar los picos de la vida. El tiempo todo lo cura, pero tienes que incidir en el tiempo. No puedes quedarte quieto y pensar que, conforme pasan los minutos, vas a estar mejor.

La trascendencia.

Yo no creo en la reencarnación, pero la gente que se va sigue estando en sus enseñanzas y en los recuerdos. Para mí, toda la vida es un compendio de experiencias buenas y malas. Hay que reivindicar el no ser feliz, esos momentos son muy importantes. Vivo de meter la pata aquí, allá, en proyectos… No siempre acierto. Cuando me doy contra un muro, el mareo del golpe me ayuda a encontrar una nueva dirección. Esa es la vida.

Si encontrara una “fórmula del éxito”, haría siempre el mismo disco. Conozco a muchos que, para mí, llevan haciendo el mismo disco treinta años. Me alegro de que sean felices con eso, pero yo necesito torcerme. Los proyectos y la teoría me sirven como punto de partida, pero lo mejor es el proceso creativo, vivir los recovecos. Un proyecto puede acabar siendo totalmente distinto a la idea inicial. Para mí eso es la hostia. Empiezo con una patada en el culo y no sé dónde acabaré. Tampoco me importa. Lo que me gusta es vivir ese camino plagado de hostias y de momentos acojonantes. Pero sobre todo de hostias (ríe).

Foto: David Serón Esquíroz | OFF Magazine

Dices que, en realidad, no sabes cantar ni tocar la guitarra, ¿nos has engañado a todos?

A mí el que más. Hacerse regates a uno mismo no está mal del todo. Puede que en veinte de ellos se vea lo patoso que eres, pero en uno eres genial. La genialidad sólo se puede dar en esa forma de ignorancia de uno mismo, cuando no te conoces del todo. Eso es lo que te hace llevar tu vida por caminos que no imaginas. Para mí, el mundo de la composición es apasionante precisamente por eso. Es pasar por un camino de aprendizaje y volver a los recuerdos. Cuando veo a mis nietos, recuerdo a mis hijos de pequeños. Ahora, mi madre tiene alzhéimer y ya no me reconoce. Sabe que soy de su rebaño, pero no me reconoce. He vivido un complejo de psicópata y pensaba que la quería matar. Desguazaba mi cabeza intentando averiguar por qué. A veces era por piedad. Si mi madre supiera cómo está, empezaría a hostias con sus hijos por dejarle vivir de esa manera. Otras veces era por falta de paciencia. De los enfermos de alzhéimer se va aprendiendo sobre la marcha, es muy duro…

Llevamos siete años con esta historia. Nunca hubiera imaginado la relación que tengo ahora con mi madre. Hay mucho más contacto físico. Muchas veces, estoy deseando que llegue el momento de ir al baño con ella y, mientras está cagando, cantar canciones escatológicas. Me inventaba letras y ella se partía la caja. “Llegamos a Granada y nos pegamos la gran cagada”, y nos partíamos de risa. Como críos. Luego pasaba de cambiar pañales a mi madre a cambiárselos a mi nieto pequeño. Fue bonito estar entre mierda todo el rato (ríe).

¿Qué más se aprende sobre la marcha?

En la teoría tienes dudas sobre todo, pero luego te pones a hacer y punto. Eso me pasó cuando colaboré por primera vez con Motxila 21, una banda musical formada por mocetes con Síndrome de Down. Antes del primer ensayo, me estaba comiendo el tarro porque no quería ser pedante ni meter la pata. La propia ignorancia es la que hace que le des vueltas… Cuando llegué al local, abrí la puerta y todos gritaban “¡El Drogas!”, me daban abrazos y a los cinco minutos ya estaba tocando la guitarra con ellos. Han pasado ocho años desde aquel día y me ha costado tener que renunciar a ello… Mi trabajo coincide con los ensayos.

El caso es que todo lo que había estado pensando antes del ensayo no sirvió para nada. Lo que sirve es estar, conocer sus problemas y su historia. Así te haces consciente de los recortes que hay en los temas sociales. Es importante echar un cable entendiendo la problemática cotidiana de las personas: por qué no se enseña braille o lenguaje de signos en las escuelas, por qué no hacen rampas para sillas de ruedas en la calle… Eso nos haría mucho más grandes a todos.

Has hablado de la intuición en el proceso creativo, de “vivir los recovecos”. En tu poesía te refieres a todo esto a través de distintas imágenes: la sorpresa, el olfato, la infancia… ¿Tenemos que volver a ser niños?

No es que tengamos que volver a ser niños, es que no tenemos que permitir que nuestro lado infantil se pierda. Lo mismo que el femenino, hay que potenciarlo. Hace años llevé a hacer “chipi-chapas” a mis hijos al lugar donde yo aprendí de pequeño. Con mis nietos, he encontrado un sitio guapo en su barrio y ahí les enseño. Es un proceso largo: primero tienen que acertar la dirección de la piedra hacia el río. Cuando la encuentran, la cara que ponen los críos es la hostia. “¡Una piedra que salpica!” (ríe). Ahora estamos en la fase de “chipi-chapa salpicón”. Yo intento enseñarles la técnica porque soy muy bueno haciendo saltar las piedras y que pasen secas a la otra orilla. Sé que cuando aprendan, se les quedará grabado para toda la vida. Esa simpleza es el primer acto de magia, me gusta verlo así.

Cuando iba a tocar a los sitios y acababa las comidas con cinco licores de hierbas encima, aparecía en casa con una espada, un trabuco, un baúl, banderas piratas… Me hacía con un arsenal. Les contaba a los críos que, antes de músico, había sido pirata. Lo que pasa es que tuve que cambiar el barco por una furgoneta porque los piratas estaban de capa caída. Les contaba unos cuentos de la hostia y me los ganaba. Tenía un Renault 25 familiar, lleno de hostias porque no sabía aparcar. Los montaba a todos ahí y sacaba el palo con la puta bandera. Nos poníamos a quince por hora y les enseñaba a navegar. Ellos se lo creían… hasta que cumplieron ocho u once años.

Ahora soy el tío normal y me dan dos besos. Es lo mismo que me pasó a mí con mis tíos, es lo bonito de la vida. También forma parte de mí y seguro que yo me acuerdo más de la aventura pirata que ellos. El ciclo se repite. En cambio, mi nieto mayor no se cree lo de los piratas, así que le cuento historias todavía más increíbles. Le he dicho que yo construí los túneles que van desde Burlada hasta Hondarribia, excepto uno que lo tuvo que poner el Brigi. Él flipa (ríe). En el fondo, ésa es la vida. ¡No sé ni a qué venía esto!

Al niño que llevamos dentro.

Sí, sí. Eso no lo podemos dejar nunca. Es más, cuando me preguntan si mis letras son reales contesto que, si en realidad no me han sucedido a mí, hago que me sucedan. No me importa ese rollo que tiene la gente por pensar. Tú te tienes que dejar llevar por la historia.

Foto: David Serón Esquíroz | OFF Magazine

Has escrito un libro de haikus para niños, Las zapatillas de volar. ¿Por qué poesía infantil?

Primero, porque se lo debía a mi primer nieto. Todo el mundo veía lógico que escribiera Tres Puntadas. Además, el libro recoge tres capítulos de mi vida. También pasó con La tierra está sorda: el disco venía acompañado por un libro sobre la Guerra Civil y sobre el proceso que vivimos al preparar el trabajo.

En realidad, la chispa de Las zapatillas de volar prendió antes de que naciera mi primer nieto, en un recital de poesía que hice con Kutxi Romero. Gorriti, que es la hostia, puso alguna de sus obras. Txus Maraví (el guitarrista que está ahora conmigo) improvisaba un fondo musical y el Kutxi y yo recitábamos poemas. El rollo era muy bonito y tenía una estética concreta. Cuando se abrieron las puertas para que empezara el concierto, una familia con dos crías pequeñas se puso en primera fila. Yo, que ya me había preparado un orden de lectura, empecé a recitar. El primer poema hablaba de sexo, el clítoris y toda la hostia. Como el rollo de Eva Zanroi. Cuando vi que la pareja con las niñas se había ido, me quedé atravesado. ¡Menudo triunfo! El sitio estaba lleno, pero aquello fue una hostia.

No digo que no haya que hablar de clítoris o de penes delante de los chavales, no es eso. Pero rompí la magia porque no supe adaptarme al espectáculo. Fíjate si se me quedó que le busco hasta una explicación cuando quizá no la tenga. Entonces, me planteé que tenía que escribir cosas para niños sin tomarlos como seres tontos. Mi padre solía decir que son txikis, pero no tontos. Eso y el nacimiento de mi primer nieto hizo que me lanzara con Las zapatillas de volar. Además, las ilustraciones de Idoia Zufiaurre dan a los haikus el colorido que quería ver. Para mí, ha sido un triunfo. Ahora, a mi segundo nieto le debo otro libro. Ya tengo escrito el arranque…

Entre otras causas solidarias, has participado con Des-Memoria Band, una banda musical que reivindica la memoria histórica. Además, Barricada estuvo en varios institutos de Aragón hablando sobre la Guerra Civil con los alumnos.

Sí. Cuando preparamos La tierra está sorda, viajé por todo el país para escuchar a personas que hubieran vivido la Guerra Civil o la posguerra. Estuve durante cuatro años recopilando información y eso me llevó a publicar unos escritos junto al disco. Además, explico el significado de cada letra que escribí. Me apetecía desguazar. También hice un listado con una bibliografía enorme. Quería animar a la gente a leer, creo que hay que quitarse ese miedo de encima. Cuanta más información tenemos, menos nos pueden robar esa parte de nuestra propia historia.

Hicimos una gira presentando como disco La tierra está sorda. Durante ese año, un maestro de Aragón me propuso actuaciones acústicas en algunos institutos. Tocamos algunos temas y los alumnos que estaban estudiando la Guerra Civil nos preguntaban. Algunos también estudiaron el cine, la poesía y la música durante aquella época de plata para los intelectuales. Fue de plata porque no dejaron que fuera de oro. Tocamos en centros cívicos, casas de cultura, institutos… Los chavales hablaban de sus abuelas, las rapadas o el aceite de ricino.

Después, preparé junto al grupo con el que estoy ahora trece versiones más teatralizadas, con unas proyecciones acojonantes de Clemente Bernad, atrezo, explicaciones antes de cada canción… Era un rollo de recogimiento. El público que acudía había vivido la historia. En muchas de las canciones, tenía que cerrar los ojos porque veía cómo una señora mayor o el nieto de un fusilado se echaban a llorar. Había un silencio especial durante las explicaciones y las canciones que luego se rompía con los aplausos.

Lo último que quisimos hacer en este proyecto fue tomar, casi de manera pirata, lugares significativos para la memoria histórica y hacer conciertos allí. Queríamos darles protagonismo y grabamos unos documentales en los que alguien explicaba la historia de los lugares.

¿Crees que España es un país con las heridas abiertas?

España es un país en el que Franco ganó una confrontación, eso es lo que pasa. Gracias a que ganó y al desapego que tuvo la izquierda con los suyos, estamos como estamos. Por medio de las votaciones, el Frente Popular logró llegar al poder y parte del estamento militar/eclesiástico dio un golpe que fracasó porque el pueblo se opuso. Ese fracaso es lo que hizo que estallara la Guerra Civil. Hay mucho que contar al respecto, pero la República no recibió la ayuda que merecía por parte de Francia, Estados Unidos, Inglaterra… Y así nos fue. Que no se reconozca el papel que tuvo la Constitución del 31, el papel de la mujer en lo social, cultural y científico… Hay que mirar ese momento de la historia y, si empezáramos a copiarlo, sería la hostia. Luego podemos entrar a analizar que no todo fueron triunfos en la República. El sector de la agricultura, por ejemplo, fue el tema más controvertido. Yo me identifico con los perdedores. Aunque hubo gente que, pensando que había ganado, también había perdido.

Foto: David Serón Esquíroz | OFF Magazine

¿Qué historias crees que faltan por contar?

Muchísimas. Todo lo que está pasando con los refugiados, el tema de los estados fallidos, los partidos políticos que son como familias mafiosas, el poder que tiene la Iglesia en el siglo XXI, la pobreza, la miseria… Todo eso es para contarlo, pero a veces me siento sobrepasado. Tengo que estar ahí y ser un “altavoz”, aunque no sé si me gusta mucho esa expresión. O dar una patada en el culo, no lo sé. A veces nos creemos con más fuerza de la que realmente tenemos, puede que sea un defecto.

¿Hay algo en tu carrera que hubieras hecho de otro modo?

¡Muchas cosas! Pero es lo que hablábamos antes, ¿para qué quiero empezar a igualar los picos de la vida? Si el camino está plano, es que estás muerto. ¡Vivan los picos! No soy de los que se paran a pensar en qué cambiaría. Quiero vivir de manera apasionada y que se note. Con la gente que me rodea, la gente de mi oficio, la gente que se desperdiga… Es ley de vida.

Ana Ramírez García-Mina
Comprender para contar. Literatura, Jazz y Periodismo en la UNAV.

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