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Libros que nos eligen

A finales de esta segunda década de siglo XXI, podemos decir que leemos más que nunca. Y, sin embargo, nunca en la historia (desde que el libro es libro) tuvimos tan abandonada nuestra biblioteca. Esa que ocupa espacio. La de las hojas viejas. La del polvo acumulado. Las estadísticas y las encuestas sobre la lectura de libros parecen contradecirse continuamente. Muestran un escenario desolador para, meses después, arrojar algo de esperanza.  Entonces, ¿leemos más libros o leemos menos?

Hace unos años comencé a percibir cómo mi tiempo de ocio se desvanecía a través de Internet. Pasaba de lo trascendente a lo mundano en cuestión de segundos. Y, de tal forma, es imposible aburrirse. ¿O no?

Era esa una época en la que comenzaba a ponerse de moda un término: procrastinación. Aplazar para mañana lo que puedas hacer hoy. O para nunca. Los motivos de la procrastinación de cada individuo pueden ser muy distintos, pero, al final, todo pasa por la falta de motivación. Internet, con sus múltiples reclamos (sociales, culturales, informativos, pornográficos, educativos, musicales, audiovisuales, cinematográficos) se estaba convirtiendo, poco a poco y sin que lo percibiéramos (o, aún peor, percibiéndolo sin querer reconocerlo) en el catalizador de toda esa falta de motivación. El aliado perfecto de la procrastinación.

Supongo que, como en todo, unos lo percibíamos más que otros. En aquel momento lo percibí con mucha nitidez, y también con algo de temor. Todo estaba cambiando. Internet había transformado poderosas rutinas establecidas en mi infancia. Había olvidado los libros y, peor aún, ellos me habían olvidado a mí, porque ya no me llamaban. Ya no gritaban mi nombre desde la estantería. Ya no había esa ilusión necesaria en todo tipo de relación. Los libros y yo nos estábamos distanciando inevitablemente.

A veces, los libros gritan nuestros nombres. Son ellos los que nos eligen. Y son esas las relaciones más cortas y más provechosas. Así que, un día cualquiera, me vi en el Fnac de Callao comprando por 20 euros un libro que había gritado mi nombre. El suyo era: Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?

No sé si fue amor a primera vista, pero sé que era un amor necesario en ese momento. Uno de esos libros que vas buscando sin saberlo, hasta que él te encuentra y, sólo entonces, sabes que tuviste algo que ver, a nivel inconsciente, en ese proceso. Su autor, Nicholas Carr, había sentido lo mismo que yo: una pérdida de concentración en la lectura de textos largos, y la sentía en una forma de evolución paralela a sus hábitos de lectura en Internet o a través de dispositivos electrónicos. A mayor lectura digital, mayor era su pérdida de concentración.

La clave está en la sobreestimulación. A través de Internet accedemos a hipervínculos, notificaciones, material relacionado con la lectura, etc. Y todo ello se puede consumir en múltiples formatos. El cerebro pierde disciplina, paciencia, capacidad de concentración. Dejamos de entender que el camino que nos muestran los libros verdaderamente buenos es muy distinto. Que la guerra no lo es sin paz, la tormenta no lo es sin calma y la música no lo es sin silencios. Queremos el máximo de emoción siempre, aquí y ahora. Al fin y al cabo, hemos acostumbrado a nuestro cerebro a meterse un buen chute en cuanto algo le resulta mínimamente aburrido. Las puertas del cielo están a un click de distancia.

¿Realmente es positivo que todo esté siempre a un click de distancia?

Reflexiono sobre todo esto porque aquel libro me caló hondo. Su autor me estaba diciendo que yo no estaba solo. Que el problema que yo estaba percibiendo era real y se estaba extendiendo. Además de explicar varios “por qués” muy interesantes, por supuesto.

Pero, sobre todo, reflexiono porque muchos de los libros olvidados entonces han seguido olvidados por años. Hasta hoy. Y, aún con todo, tengo el presentimiento (o quizá solo el deseo) de que este Día del Libro alguno de ellos gritará mi nombre con la suficiente fuerza como para comenzar, por fin, otra relación tan fugaz como inolvidable. Al fin y al cabo, son los libros los que nos eligen.

O eso quiero creer. Ahora más que nunca.

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