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‘La Bella y la Bestia’ o cómo Disney se olvida de la magia

‘La Bella y la Bestia’ (‘Beauty and the Beast’) vuelve a nuestros días materializada en personajes de carne y hueso en la peligrosa pero lucrativa apuesta de Disney de llevar sus clásicos más recordados a eso que viene a denominarse live action. No viene a significar otra cosa en español: acción real, a diferencia de los procesos de animación. Y sí, todo esto empezó más o menos allá por los 90, pero es durante estos últimos años cuando en Disney han conseguido sacarle verdadero provecho en taquilla, en parte gracias a la evolución en los efectos especiales, que permiten acercarse más y mejor a aquello que supusieron los films tradicionales de animación. Al menos, en las cuestiones relativas a lo puramente audiovisual y a los efectos especiales y animaciones.

Así, nos hemos ido reencontrando con ‘Maléfica’, ‘Cenicienta’, ‘Peter y el Dragón’, la Alicia de Tim Burton o el ‘Libro de la Selva’, con mayor o menor acierto.

El caso que nos ocupa lo dirige Bill Condon, que quizá lo recuerde el público más joven por ser el encargado de dirigir las dos últimas entregas de la saga ‘Crepúsculo’. En cualquier caso, el currículo de este director pasa por otras películas de éxito de crítica y público como ‘Kinsey’, ‘Chicago’ o ‘Dreamgirls’. Esta última le valió un Globo de Oro.

El guion, coescrito por Condon junto con Stephen Chobsky y Evan Spiliotopoulos, no debiera suponer grandes quebraderos de cabeza. Estas adaptaciones están pensadas para atraer a ese público que, una vez infantil, hizo de los films clásicos de Disney unos de los estandartes más valiosos en su crecimiento personal.

En cualquier caso, vivimos en una fase de reencuentro con los clásicos, de nostalgia a raudales. Y la gran productora norteamericana está ahí para darle a su público lo que quiere. Sin embargo, vivimos también tiempos en los que en Hollywood se intentan introducir cambios, nuevos fenómenos o ideologías relacionadas con nuestra época. Esto no es estrictamente negativo per se. En esta adaptación de ‘La Bella y la Bestia’ se perciben esos asuntos desde el primer momento y a lo largo de todo el film. Uno de esos aspectos es el de la homosexualidad, algo que es digno de aplaudir y que han introducido con sutileza, aunque bordeando la estridencia en según que situaciones. Pasa lo mismo con el tema de la identidad transgénero. Está ahí, sutil, casi podría pasarnos por alto, pero tiene su parte protagonista.

Celebramos que en Disney no haya quedado todo en simples palabras y se haya pasado a los hechos. Pero lo que yo me pregunto es si esos cambios eran realmente determinantes para el devenir de la historia que se nos cuenta en este clásico. De esta introducción de cambios en según qué personajes surgen escenas que pueden resultar más o menos divertidas, aunque en ningún caso desternillantes y que, por supuesto y como ya he dicho, no aportan interés al argumento. Con todo esto acaba uno teniendo una sensación de corrección política metida con calzador más que de verdadero y transgresor cambio.

El propio argumento, aunque mantiene las pautas principales de la historia original (que tampoco es verdaderamente original, sino la adaptación de otros clásicos) ha cambiado para ofrecer escenas a caballo entre el film de animación, el cuento original y esta segunda interpretación de Disney. Lo que ha quedado es, por otro lado, una película aún más del género musical que la primera. A los personajes se les escapa el canto a las mínimas de cambio. Las escenas de inicio ya nos van avisando de esto, y se mantiene en esta tónica durante toda la cinta.

El género musical puede hacerse pesado en determinados momentos, sobre todo si no somos muy fanáticos del género, y no voy a negar que eso ocurre más de una vez en esta versión de ‘La Bella y la Bestia’. Y cabe decir que este tipo de films (y este en concreto) son insufribles en versión doblada. No porque nuestros actores de doblaje sean malos. Son buenísimos. Y la interpretación de Bely Basarte cantando las canciones en la piel de Bella es muy disfrutable. Pero el problema es que percibimos constantemente cómo no es la voz de Emma Watson. Simplemente notamos demasiado que no es más que una voz pegada encima, y esto resulta un golpe mortal para la película. Ni que decir tiene que ocurre lo mismo con todos los personajes, incluso con los animados. Aunque en tales casos todavía cuela.

De tal forma, se rompe la magia del cine o cualquier tipo de conexión que pudiéramos estar comenzando a generar con la película. Al menos los actores cumplen con su papel, aunque no destaca ninguna actuación en particular. Emma Watson es Emma Watson. Actúa bien, como siempre, pero a veces uno no deja de pensar que tuvo su techo en los salones de Hogwarts. Parece haberse escapado desde allí para hacer una nueva vida en un pequeño y retirado pueblo muggle (vida que pronto comienza a aburrirla hasta que se reencuentra a la Bestia y vuelve con ello la magia a su vida).

Otros actores a destacar sin mencionar los grandes números en reparto de esta película (aunque algunos tienen su aparición muy escasos minutos) son Dan Stevens como Bestia, Josh Gad como Le Fou (encarnando ese rol homosexual de una forma acertada), Luke Evans como Gastón (le recordaréis por su papel reciente en ‘El Hobbit’ de Peter Jackson) o Kevin Kline como Maurice, el padre de Bella. Pero lo que verdaderamente nos sacará una sonrisa será la aparición en la última escena de Ian McKellen (Gandalf en ‘El Señor de los Anillos’) cuyo personaje animado mantendré sin desvelar.

En definitiva, ‘La Bella y la Bestia’ es una película realizada muy correctamente en lo audiovisual, pero sin destacar y, además, con graves carencias emocionales. Es una adaptación para pasar el rato. No está a la altura de los trailers que se mostraron. Quizá pueda llegar a emocionar a cierto tipo de espectadores. Pero, como ya ocurriera con la adaptación de ‘El Libro de la Selva’ del año pasado, sabemos que no es la película que recordaremos. Pasará el tiempo y en nuestra mente solo quedará el recuerdo de aquella película estrenada en 1991.

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