Hace cuatro años, una joven neozelandesa se coló en las listas de éxitos de todo el mundo con una canción nada convencional. Royals fue una de las canciones del año 2013, se llevó dos premios Grammy y catapultó a Lorde al estrellato. Ella Yelich-O’Connor (porque sí, ese es su verdadero nombre), de tan sólo 17 años por aquel entonces (ahí es nada), llegó directa Olimpo de los dioses en una alfombra roja colocada por los críticos. Incluso David Bowie la calificó como “el futuro de la música” (como siempre se ocupan en recordarnos todos los artículos que hablan sobre ella).
Porque Lorde no era solo Royals. Pure Heroine, el primer álbum de la artista, traía sonidos distintos, poco conocidos entre el gran público. Era minimalista, con gran protagonismo de la percusión y juegos de voces constantes. Sonaba raro, pero atraía. Lentamente fue haciéndose un hueco gracias a sus hipnóticas melodías, y grandes temas como Ribs o Team sonaron por festivales de todo el mundo.
El nuevo material parecía estar a la vuelta de la esquina, pero la neozelandesa se tomó su tiempo. Cuatro años han tenido que esperar sus seguidores para que se anuncie su segundo álbum, Melodrama, que saldrá a la venta en junio.
La expectación era total, pero Lorde no ha defraudado. El primer single, Green Light invitaba sin pudor a bailar, construyendo un sonido nuevo pero que seguía oliendo a ella misma. Era imposible no identificarla en las letras y en los ecos que hacía su voz. Liability, el segundo tema que ha lanzado, pone a Lorde por primera vez de frente contra el piano. Y sale tremendamente bien parada, con un tema cuya letra llega directa al alma.
El fin de semana pasado, la neozelandesa fue uno de los nombres grandes del festival Coachella de Estados Unidos, donde debutó otra canción nueva. El próximo fin de semana repetirá y todo parece indicar que regresa a los escenarios pisando fuerte. Y si algo nos sobra, son ganas de verla en acción. Preparaos. Porque Lorde vuelve para ganar.
