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Estrellas en el suelo: Beatriz y los cuerpos celestes

Portada del Premio Nadal – Casa del libro

¿Qué sería de nosotros sin estrellas en el cielo? O peor aún, ¿qué sería de nosotros sin estrellas en el suelo? Lucía Etxebarría ya lo pensó en 1998 con Beatriz y los cuerpos celestes. La escritora valenciana, conocida también por Una historia de amor como otra cualquiera o Un milagro en equilibrio, desarrolla en esta novela la vida (interior) de Beatriz, una joven madrileña que le ha valido a Etxebarría para conseguir el Premio Nadal y ser incluida en la lista de las 100 mejores novelas en español del siglo XX, según “El Mundo”. Menos es nada.

Estos reconocimientos tan importantes llevan a pensar, ¿qué tiene de especial esta novela? De primeras, una historia atípica. Beatriz es una estudiante (lesbiana, ojo, lesbiana, rompiendo con las convenciones heterosexuales de la sociedad) regresa a Madrid tras estudiar filología inglesa en Edimburgo. En la ciudad escocesa deja atrás a Caitlin, su novia durante dos años y medio, y al llegar a su ciudad natal lo primero que hace es tratar de localizar a Mónica, su mejor amiga del instituto, de la cual siempre ha estado enamorada. Bea es una persona insegura, que tiene muchos problemas en casa y que se fija en Mónica con admiración (en ocasiones enfermiza).

El tema general del libro es la reflexión sobre el amor (y su género) y el análisis de la evolución de los personajes en contextos poco habituales. Plantea cómo esos amores pueden convertirse en la “constelación” de Bea; en definitiva, cómo iluminan el camino y hacen que Bea ilumine a los demás también.

 Lo peculiar es que esta trama no evoluciona hasta el final. Etxebarría hace una densa introspección de Beatriz en los primeros compases de la novela para luego desarrollar la trama y conformar los personajes en el pasado, con saltos de tiempo y numerosas analepsis –flahsbaks para los millenials–. Por tanto, el principio se nos puede antojar un poco difícil de entender, pero logra establecer las bases de la protagonista, Bea, para que cuando nos esté contando su pasado, podamos comprender su modo de actuar. En ese ámbito, punto a favor para la escritora valenciana, que con esta estructura de saltos de tiempo consigue conformar a los personajes de una manera muy detallada.

Para que se entienda mejor, Beatriz y los cuerpos celestes es un libro-puzle. Hay un puzle global, digamos de mil piezas, en el que las tres personalidades más potentes son las de Cat, Bea y Mónica. Ellas agrupan setecientas cincuenta piezas del total del puzle (sin que sea de forma equitativa). El resto son circunstancias externas a ellas pero que las influencian (los padres de Bea, la madre y el novio de Mónica, la vida en pareja de Bea y Caitlin en Edimburgo…). La estructura que plantea Etxebarría es el ir haciendo ese puzle, pero en desorden: pongo dos piezas a Bea, ahora tres más en el novio de Mónica, pongo una sola a Cat y luego a su entorno, etc. Así, cuando termina la analepsis (que dura el 95% de la novela), el lector ya puede ver el puzle terminado, y puede comprender y pasar por lo presente al haber estado presente en el pasado.

Junto a esto, el realismo es el otro pilar que sustenta la novela. Al describir tan detalladamente a los personajes (sobre todo por sus acciones pasadas, como hemos visto antes), se respira realidad en todo: situaciones, pensamientos, comportamientos… lo cual es lógico ya que Etxebarría quiere describir realidades mundanas como la drogadicción, el sexo o el amor. Y oye, lo hace bien.

Incido otra vez en lo conscientemente llevados que están los personajes, nada desentona entre su personalidad y su comportamiento. Además, una narradora en primera persona tan empática como Beatriz, que tiene consciencia de todo lo que le pasa, hace que el lector entre de lleno en la realidad de la novela, que sienta que conoce tanto y tan profundamente a los personajes como lo hace Bea. Por resumirlo en una frase, es consciente de la realidad de su consciencia y de las de los demás.

Lucía Etxebarría en una firma de libros en 2005 – Wikimedia

Sin embargo, no todo es color de rosa. La autora pone de manifiesto una crítica a la educación de género, el de si eres chica o chicho lo vas a ser para toda tu vida (a Hazte Oír se le cae la baba con esto); critica también la postura de la madre de Bea demasiado estricta, o simplemente las reflexiones sobre diversos temas tales como las drogas, la sexualidad o las clases sociales. Esto no es ni mucho menos un problema, lo negativo viene cuando entre líneas del pensamiento de Beatriz de Haya vemos demasiado a Lucía Etxebarría. Una escritora tiene que dejar que hablen sus personajes, y que no se les vea a ellos detrás de esos pensamientos, y la valenciana peca en eso. Otra crítica que se puede hacer es que los personajes, incluso si están bien desarrollados, tienen un planteamiento muy arquetípico (sobre todo los secundarios), pero no es algo que empañe la lectura.

Bea no tiene una constelación muy grande. No más de dos estrellas (Cat y Mónica) la iluminan, y más importante aún, hacen que ella se sienta iluminada. Etxebarría nos describe muy bien ese conjunto de estrellas (femeninas en su caso): cómo avanzan en el tiempo, si cambian de posición, si son más o menos brillantes… nos da la clave para poder ver nuestra propia constelación. Igual en un principio no sabes diferenciar si la luz de una estrella es verdadera o “es una luz de un astro que se extinguió hace siglos”1. Tenemos el telescopio, ahora solo nos queda mirar.

  1. (Etxebarría, Lucía; Beatriz y los cuerpos celestes, p. 263 de la editorial Booket ediciones Destino, 2002).

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