“Una fantasía solitaria puede cambiar un millón de realidades” – Maya Angelou.
En junio de 1990 Joanne Rowling subió a un tren. Viajaba desde Londres hasta Manchester, donde entonces residía a los 25 años con su novio. Desde que descubrió a los 6 años que los libros se escriben y no nacen del suelo, sabía a qué quería dedicar su vida. Había escrito historias sobre un conejo llamado Rabbit durante su infancia. Había continuado inevitablemente no por vicio, sino por necesidad, como los deportistas corren. No obstante, jamás había planeado escribir tal género, ni para tal público, como la noche en la que su tren a Manchester se retrasó cuatro horas.
Inundación de fantasía
Ella lo recuerda como una inundación de ideas, como algo emocionante y fascinante. Lo primero que le vino a la cabeza fue: “niño que no sabe que es un mago va a un colegio de magia”. Y el resto de la magia surgió de esa idea, tejiendo un universo entero sin poder apuntarlo porque no llevaba bolígrafo. En cuanto llegó a la estación de Clapham Junction, corrió a su casa y escribió.
Algo tan aparentemente ajeno a ella como la ficción para niños cambiaría desde su nombre -su editor sugirió que camuflando su nombre de mujer tras J.K. el libro se vendería mejor entre niños-, hasta la ficción fantástica en los adultos y el hábito de lectura en los niños. Dice Maya Angelou que “una fantasía solitaria puede cambiar un millón de realidades”. No obstante, quizás ese nuevo mundo, esa fantasía solitaria, no era algo tan ajeno a ella, al fin y al cabo.
Similitudes
Como Ron, Harry y Hermione; los padres de Joanne se conocieron en un tren con salida en la estación de King’s Cross. Se instalaron en los campos ingleses, en Gloucestershire. Jo -como le gusta que le llamen- confiesa que Hermione es una parodia de ella a los 11 años, cuando asistía al colegio Saint Michael’s, cuyo director, Alfred Dunn, es quien inspiró al personaje de Albus Dumbledore. Ron Weasley está inspirado parcialmente en Sean Harris, su mejor amigo durante Sixth Form (el equivalente al Bachillerato en España), quien conducía un Ford Anglia azul turquesa.
Su infancia y adolescencia no fue una etapa del todo feliz, tanto porque elige no dulcificarla e idealizarla como porque sufría acoso escolar, mantenía una relación tensa con su padre -con el que actualmente no mantiene relación- y su madre fue diagnosticada con esclerosis múltiple. Tras no superar las pruebas de admisión en Oxford, se matriculó en el doble grado de Filología francesa y clásica en la Universidad de Exeter, donde se refugió en la música de The Smiths y The Clash y en los mundos de Dickens y Tolkien.
Portugal y el fracaso liberador
Tras pasar el último año de la Universidad en París, en el 1986 se instaló en Londres y trabajó como investigadora y secretaria bilingüe en Amnistía Internacional durante cuatro años. A este trabajo le siguió la mudanza a Manchester, donde trabajó durante un año en la Cámara de Comercio para mudarse a Oporto en el 1991 y ser profesora de inglés debido a un anuncio que vio en The Guardian. A Portugal se llevó la magia y el deseo de abastecer su currículum y su bolsillo.
En Oporto conoció al periodista Jorge Arantes con quien se casó en el 92 y tuvo una hija, Jessica Isabel Rowling, en el 93, año en el que se separó de Arantes -biógrafos apuntan a que Joanne fue víctima de violencia de género, aunque no es seguro-. Como en una espiral de desdicha, se encontró a sí misma en Edimburgo, para vivir con su hermana Dianne, sin trabajo, madre soltera, con un matrimonio fracasado, subsistiendo con prestaciones sociales y diagnosticada con depresión clínica. En el 94, Jorge viajó a Escocia para ver a ella y su hija, lo cual resultó en una orden de alejamiento y la resolución del divorcio.
Seis meses después de aquel viaje en tren a Manchester en el que conoció a Harry Potter, tras diez años sufriendo esclerosis múltiple, su madre Anne murió sin haber conocido la historia que Jo había comenzado a escribir, algo que, según cuenta, es su mayor arrepentimiento. Desde entonces, Hogwarts había supuesto para ella un refugio y una vía de escape para sus sentimientos de pérdida y soledad a través de la orfandad de Harry. En el escondite de su libre imaginación encontró también la defensa para la depresión con la creación de los Dementores y el hechizo expecto patronum en el tercer libro de la saga.
“La felicidad puede ser encontrada incluso en los momentos más oscuros, sólo si uno recuerda encender la luz.” – Albus Dumbledore en Harry Potter y el Prisionero de Azkaban, tercer libro de la saga.
Describe esa época como frustrante pero liberadora, por todo el tiempo del que disponía para escribir. Así, a mitades de los años 90, recorría su imaginación en cafeterías como Nicolson’s Café o The Elephant House con una máquina de escribir antigua a su servicio y su hija Jessica dormida junto a ella. No confiaba en nada en su vida, ni siquiera tenía una sana autoestima ni confianza en sí misma, pero tenía plena confianza en esta historia. Recuerda como un día, saliendo de la cafetería, habiendo estado escribiendo Harry Potter y La Piedra Filosofal, una voz en su cabeza le dijo claramente que lo difícil sería publicarlo, pero si conseguía publicar lo que tenía en las manos, se convertiría en un fenómeno.