Ayer me pidieron que les hablase de ti.
«A veces es más yo que yo misma«, les dije.
Cruzaron miradas. No entendían nada.
«Que sí – comencé a explicarles-,
hay momentos en los que siento que aún me lleva dentro,
como si nadie hubiera cortado todavía aquel cordón.
Sabe lo que pienso,
cómo me siento
y qué o a quién estoy esperando.
No es de esas que si caigo me levanta.
Ella prefiere darme un empujón y esperar a que
-como desde pequeña me ha enseñado-
remonte por mí misma.
A veces se autoflagela diciendo que no debería haberme exigido tanto,
que le gustaría haberme educado en ser menos buena y un poco más «hijade…»,
y que ha hecho mal dándome tantos mimos.
Pero creo que no podría haberlo hecho mejor.
Porque, diga ella lo que diga, todo lo que se hace con amor está bien hecho.
Me lo ha dado todo en la vida
y a la vez me ha preparado para conseguir las cosas por mi cuenta.
Me entiende.
(O lo intenta)
Me aguanta.
(Que no es poco)
Me quiere.
(Como nadie)
Me vale con un abrazo suyo y un «voy a estar aquí siempre».
Dije tantas cosas de ti, mamá,
que a la vez no dije nada.
Pero es que nadie lo va a entender,
que no se esfuercen.
A los tres años intenté darte las gracias con un collar de macarrones.
A los nueve, con un joyero de madera forrado con terciopelo adhesivo de color lila.
Ahora tengo veinte y aún no sé cómo hacerlo.
Espero que a lo largo de todos los años que nos quedan juntas, consiga averiguarlo.
Mientras tanto, te escribo estas palabras.
Y te recuerdo que «mami, eres la mejor madre del mundo» una vez más.
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