Siempre que hacemos algo mal pedimos perdón, o la mayoría de las veces.
Pero..
¿Deberíamos?
Algunos pensaréis que sí, otros que quizá no siempre. Pero os diré algo:
Las promesas que nunca se llegaron a cumplir nunca me pidieron perdón. Tampoco las heridas que nunca fueron cicatriz, ni los besos que se escondieron antes de tiempo.
Ni las personas que fueron lo tóxico y no el aire fresco. Ni siquiera los motivos que hicieron sonreír a la sonrisa equivocada.
Ninguna de ellas me pidió perdón.
Tampoco lo exijo.
Tampoco lo quiero.
Supongo que con alguno de esos «perdón»
una parte de mi corazón se hubiera reblandecido, y yo quiero que bombee fuerte.
Pero en cambio,
sí que me han pedido perdón por quererme tan fuerte,
o por romperme en pedazos cada vez que alguien se ha marchado y no por iniciativa propia.
Por despedirme en cada estación con sabor a: volveré, cuando sea, pero volveré.
Por despeinarme cada vez que me han hecho el amor, o porque mi pelo se haya quedado enganchado entre sus manos y me haya dolido.
Para mí,
no hay perdón más valiente que aquel que se pide
cuando ha dolido,
pero ha dolido
en el sentido de…
qué bien y qué bonito dueles.
Sencillo y limpio… Pero y si duele hasta que no puedas respirar ni las lágrimas te dejen ver lo has hecho ya q fue por ti q todo empezó a doler, sabes q la vida todo da y quita, pues la verdad es una de esas… como perdonar lo q creíste cierto y fue una traicion con sabor a odio… DTBM