Llamamos amores imposibles a lo que deberíamos llamar personas imposibles.
Aunque a decir verdad, con personas imposibles todo nos parece un poco más posible y real.
Quizá la culpa fue de quien nos inculcó que lo imposible también es posible, o que incluso a veces es más probable que suceda lo imposible antes que lo posible, y lo peor es que puede que lleve razón.
He visto más años de mala suerte que espejos romperse, más deseos cumplirse que estrellas fugaces pasar.
He visto también miles de causas sin efecto, a más personas soñando que durmiendo.
Siempre vivimos de imposibles y es por lo que quizá ahora todos nos parezca posible.
Incluso pensar en esas personas imposibles, o amores imposibles como muchos los llamáis.
Os diré algo, una persona siempre será imposible mientras tengáis los brazos en cruz y el corazón más aún.
Cuando hemos acostumbrado a la cabeza a pensar en la imposibilidad de algo, sea lo que sea. Ya no hay vuelta atrás.
Por mucho que hagamos por dar otra vuelta más, la cabeza siempre va a tener más fuerza que nosotros.
Puede ser el mejor cajón para almacenar bonitos recuerdos pero, por otro lado, puede convertirse en milésimas de segundos en el famoso «cajón de mierda» y es a nosotros únicamente a quien salpica.
Nos salpica con malas rachas, y es por lo que no vemos ningún trébol de cuatro hojas en la suerte del otro,ni mucho menos en la nuestra.
Así que no los llaméis amores imposibles, llamádles el verbo más cobarde, puesto que nunca se atrevieron a querer(se),
porque sino,
la cabeza creerá lo que el corazón no siente.