Todavía recomponiéndonos de la debacle norteamericana, con la sorpresiva victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos. El próximo gran escenario que se nos presenta al mundo y en concreto a Europa, son las elecciones francesas, que se celebrarán en dos vueltas, el 23 abril y el 7 de mayo del año próximo.
Unos comicios, cuya segunda llamada a las urnas estará reñida, previsiblemente, entre Marine Le Pen del Frente Nacional y Alain Juppé o François Fillon representando a Unión por un Movimiento Popular. Debido a que los republicanos están todavía en un proceso de primarias, del cual sacarán su próximo candidato a la presidencia. Unas primarias en las que Fillon parte con ventaja para liderar la carrera al Elíseo.
De dicha segunda ronda, el Partido Socialista quedará por tanto presumiblemente apeado. Ya sea el actual presidente de la República Francesa, François Hollande, o su primer ministro Manuel Valls el candidato por el partido progresista. Esto es a causa del fuerte desgaste sufrido por el gobierno francés durante su decimocuarta legislatura. Desarrollando unas políticas de austeridad venidas de Bruselas muy contrarias a la clase trabajadora y a los ideales de la socialdemocracia europea. Por lo que la lógica estima que los socialistas quedarán apeados a una tercera plaza.
Esto nos plantea una compleja situación muy similar a la vivida en Estados Unidos hace dos semanas. Una encrucijada para el votante progresista de la clase media. Que se vería obligado a elegir entre dos partidos y candidatos en los que no deposita ninguna confianza. Teniendo que votar un mal menor, depositando su confianza en la derecha francesa, tirarse al abismo con Le Pen o quedarse en casa y optar por la abstención. Está situación es un fiel reflejo de la decisión que tuvo que tomar el votante tradicional de Obama y ya vimos las consecuencias que acarreo.
Un dato a no echar en falta es ferviente xenofobia, islamofobia más concretamente, que se aprecia en parte de la ciudadanía francesa. Una islamofobia acrecentada por los terribles atentados sufridos hace un año en París y en la sala Bataclan. Unos terribles atentados que no hacen más que alertar y aterrorizar a la población francesa, volviéndola más reacia a la integración de los musulmanes en la ciudadanía francesa.
Una islamofobia que Marine Le Pen ha sabido aprovechar muy sabiamente. Con discursos totalmente fascistas, populistas y xenófobos que parecen de otra época. Expresando un sentimiento de rechazo a la UE y a extranjeros. Afirmando que estos han hecho ver empeoradas sus condiciones de vida, les han arrebatado su empleo y han visto disminuido su poder adquisitivo.

La victoria de Trump no ha hecho más que engrandecer la figura de Le Pen y darle todavía más alas en su constante ascenso en las encuestas. Aupándola a disputar la presidencia francesa en una segunda vuelta que será crucial en el devenir político de Francia y la Unión Europea. Porque cabe recalcar que Marine en caso de obtener la victoria convocaría un referéndum de salida de la UE. Como ya hizo Reino Unido, que produciría el efecto llamada en varios países de la UE celebrando su particular referéndum. Recordemos también que el padre de Marine, Jean-Marie Le Pen, ya logró acceder a la segunda vuelta en las elecciones presidenciales de 2002, aunque obtuvo un escaso resultado cosechando un 18 % en dicha segunda ronda.
El día 7 de mayo de 2017 nos jugamos mucho. Toda Europa contendrá el aliento mirando al mismo lugar, Francia. Una victoria de Marine por el Frente Nacional puede acarrear consecuencias fatales, que el proyecto europeo se vaya al garete y lograría dividir a la población francesa más de lo que está.
Este pensamiento de división, logró a los partidarios del Brexit salir victoriosos. Hizo a Trump conquistar la Casa Blanca y puede hacer a Marine Le Pen gobernar Francia. Marine ya sabe lo que tiene que hacer en campaña si quiere salir victoriosa y es ni más ni menos que fraccionar a la población francesa. Porque ya lo saben ustedes divide y vencerás.