Si viajamos atrás en el tiempo hasta llegar al siglo XVIII, descubriremos que el acontecimiento más relevante de este tuvo lugar entre 1789 y 1799. Comenzando con la autoproclamación del Tercer Estado como Asamblea Nacional (1789) y finalizando con el golpe de Estado de Napoleón Bonaparte (1799), se encuentra la Revolución Francesa.
Puede parecer que, tratándose de un conflicto social y político en el país francófono, no tenga especial interés en el recorrido que, a través de este reportaje, se hace por la moda española. Pero la realidad es que la sublevación ya nombrada alcanzó un gran impacto en Europa y, sobre todo, en España por ser uno de sus países vecinos.
Las ideas filosóficas y políticas en las que se basó la Revolución -la búsqueda de libertad e igualdad entre los hombres-, influyeron también en la indumentaria haciendo que las ropas fueran más sencillas, proporcionaran mayor libertad de movimientos y denotaran menos las desigualdades entre las clases sociales.
El vestuario masculino siguió estando formado por las tres piezas clave del traje francés: casaca, chupa y calzón. Sin embargo, solamente en la corte se hacía de seda y bordados.
Para la vida diaria se intensificó la influencia inglesa, con ropas más cómodas y prácticas. La casaca, sin bordar, cambió la seda por el paño; apareció el frac; la chupa se fue acortando hasta que se convirtió en chaleco; y el calzón ceñido se sustituyó por el pantalón que, a principios del siglo XIX, derivó en el pantalón hasta el tobillo tal como lo conocemos hoy.
Chaleco (1797) y carcasa (1790) / Fuente: museodeltraje.mcu.es
El cambio fue más radical entre las mujeres, que buscaron la inspiración en la Antigüedad Clásica. Con el objetivo de parecerse a las estatuas griegas y romanas, se decantaron por los trajes blancos como el mármol, confeccionados con telas ligeras como la muselina. Llegó a la moda el Neoclasicismo, como ya había llegado a la Arquitectura, la Pintura y a las Artes Industriales.
Esta nueva moda trajo los vestidos de una sola pieza (denominados “camisa” en España), con el talle marcado bajo el pecho por un cinturón, las mangas pegadas, cortas para la noche y largas para el día.
Para completar la semejanza con las estatuas clásicas, un moño atrás con rizos sobre la frente y zapatos bajos.
Vestido (1795) y vestido «camisa» (1798) / Fuente: museodeltraje.mcu.es
El majismo
Además de la moda procedente de Francia, los habitantes de los barrios populares de Madrid desarrollaron, durante este siglo XIX, sus propios vestidos caracterizados por ser muy coloridos y vistosos.
Las majas (mujeres madrileñas) llevaban una cofia que se ataba por delante con un lazo y que según fueron pasando los años se hizo más grande. Sobre el torso un jubón terminado en haldetas para adaptarse a la cadera, y los hombros y la bocamanga adornados. De cintura para abajo, una falda de colores vivos llamada guardapiés y un delantal largo y estrecho como adorno.
Por su parte, los majos (hombres madrileños) portaban un calzón atado con hebillas bajo las rodillas. Arriba, una camisa interior bajo un chaleco y una chaquetilla con solapas cuyas mangas estaban muy adornadas. Al cuello un pañuelo y en la cintura una faja, ambos del mismo color.
Vestimenta del majismo (siglo XIX) / Fuente: museodeltraje.mcu.es
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