El viernes pasó como pasa la vida. Aún arrastro la resaca emocional con la que salí del Barclaycard Center. Con el reproductor de música en bucle y el tarareo constante de sus canciones, me niego a perder el rastro del cantautor.
Andrés Suárez lo volvió a hacer. No vengo de la generación del metro ni del Libertad 8, pero estoy desde la primera canción que erizó mi vello. Caí presa en las canciones de un autor gallego que canta al amor amargo. Me hizo bailar una guitarra que todos sabemos que está llena de cicatrices. Froté mis ojos para ver bien que el hombre con melena estaba sobre ese escenario terminando su pequeña historia. Lo hizo.
El antiguo Palacio de los Deportes se llenó para escuchar, me atrevo a decirlo, al mejor cantautor de esta generación. No me precipito si digo que Andrés Suárez es único, como tampoco si digo que tardaré en ver a un cantante que me transmita tanto como él. Como un ritual sentí el mismo cosquilleo antes de un concierto suyo. Como aquel que se deja caer lleno de confianza me entregué a su música, como aquel que sabe que no habrá otro momento como ese, grité. Una familia de extraños me rodeaba mientras cantábamos con una perfecta sincronización.

Solo Andrés nos puede llevar a través de la música a Galicia, a Cádiz, a Sevilla, a Benijo y a Dublín. Solo este gallego es capaz de silenciar a todo el pabellón y cantar sin micro, solo ante todos con su guitarra y un rayito de luz. Nos hizo besar cada herida, expulsar la rabia, creer mil veces en el amor. Lloramos con y como Andrés. Lloramos de tristeza y felicidad. Amamos todos los acordes del bandón, toda su voz, toda su poesía. Fueron dos horas de puro vínculo, lejos de sentirlo con cualquier otro artista.
Las canciones de Andrés penetran en cada poro, te revuelven, crean en ti una intimidad de la que no quieres salir. Miento si digo que el concierto fue suficiente, porque me quedé con muchas ganas de más. No me bastaron las más de 20 canciones que cantó, un gran recorrido a su discografía en la que me faltaron canciones como Te di media vida y 6 caricias, entre otras. Pero es que Andrés nos tenía preparado una sorpresa que recibía el nombre de Joan Manuel Serrat y nos regalaron una versión preciosa de Lucía, la canción que más ha versionado el de Pantín.
Me dejó como siempre lo hace, extasiada. El único capaz de hacer que salte y cante hasta perder el control de mi respiración. Para mí la música de Andrés Suárez es vida, como la vida es amor, como el amor es poesía. Pongo aquí mi punto final con aires de seguido, como él puso fin a su pequeña historia. Porque ya lo dijo Andrés, “ahora viene lo mejor”.
Foto destacada: Niarosas.com
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