En un intento de viernes atípico, me planteé quedarme en casa para disfrutar de un plan más tranquilo de lo que había experimentado en las últimas semanas con todo el frenesí que conlleva salir de fiesta con tus amigos. Tradicionalmente, los viernes son días en los que las televisiones se ponen de acuerdo para poner productos poco atractivos en sus correspondientes parrillas, situación que sufrí en primera persona en aquel momento.
Lo cierto es que me metí en mi Facebook ante el tedio que me asolaba, y en un nuevo ejemplo de que las redes saben de nuestros gustos y necesidades, Netflix me puso un anuncio de su primera peli ‘made in spain’. “7 años” con Paco León y Juana Acosta como cabezas de cartel, y Roger Gual dirigiendo. La cosa no podía ser mejor para esa noche.
Habiendo aprendido de mi último visionado de una cinta española, “Un Monstruo Viene a Verme”, rebajé mis expectativas para así no tener decepciones prematuras. Para mi asombro, la hora y cuarto que dura esta película se me pasó volando y, aún siendo yo el más crítico de mi barrio, me encantó por ese tono diferente que tiene respecto al cine convencional. En efecto, es una película bastante especial. De esas que o te encanta o la odias. Yo me quedo con lo primero, quizás porque me veía bastante reflejado en el personaje de Luis.
La elección de cada uno de los cinco actores ha sido prácticamente perfecta a la hora de ajustarse a los roles de cada uno en el trascurso de la película, en el sentido de que han sabido transmitir individualmente el mensaje que le correspondía, en una serie de diálogos y reflexiones que son lo mejor de la película, sobre todo de cara a ver cómo, a pesar del continuo cambio de criterio a la hora de señalar a un futuro preso, siempre que a uno no le tocase entrar en la cárcel se aceptaba casi cualquier condición.
El metraje prácticamente encuentra su trascendencia en el guión. Gesto algo ‘tarantiniano’ junto al uso de un solo espacio para desarrollar el argumento, además del cine de sensaciones que se proyecta a raíz de la invitación al espectador por parte del elenco de la peli, de vivir la situación, sentirla como propia e incluso plantearse un posible señalado. De tal manera, estás 75 minutos viviendo la película desde dentro.
Hablábamos algunos párrafos arriba del guión como material objetivo para saber si el largometraje es bueno o malo, pero al final todo es producto de la conjunción del reparto, el escenario único, o la evolución de los propios personajes para transmitir un mensaje claro: en cualquier parcela de la vida, lo individual reina por encima de lo colectivo, dando igual la amistad si el perjudicado es uno mismo.
[CASI SPOILER]
Esa nota de egoísmo del ser humano y falsa amistad, ve su colofón en un final que, según leí en las redes, muchos no han entendido. Creo que esa escena de conclusión en la que los socios de la empresa están sentados juntos en la mesa sin mirarse tras pasarse la noche tirándose los trapos sucios, deja de manifiesto que la empresa ha sobrevivido, pero sus socios ya no serán tan amigos al no haber sido sinceros en el momento adecuado.
En definitiva, tras un producto con clara distinción de la mano de Netflix, se nos pone por delante de nuestras narices la triste situación comentada que, personalmente, a mi me dejó en shock y prácticamente sin palabras. Acuñando la frase ya pronunciada por Jacinto Benavente “el único egoísmo aceptable es el de procurar que todos estén bien para estar uno mejor”.