Con un artículo casi terminado sobre la incidencia de las redes sociales sobre nuestras vidas, decido borrar todo para comenzar de nuevo. Esta columna sale hoy miércoles. Sí, el día de la hispanidad. No puedo perder esta oportunidad para reivindicar una postura tan incómoda como poco escuchada en público: yo me siento muy español.
Con la envidia que uno muestra cuando se entera de que al vecino de al lado le ha tocado el Euromillón, yo miro con recelo un vídeo de Lady Gaga en la Superbowl donde canta el himno estadounidense. El espeluznante documento audiovisual acaba con unas lágrimas que no, que no son lagrimas de cocodrilo. Esa señora no llora por cualquier cosa. La musiquita de la patria de la libertad haciendo llorar a la cantante más dura del pop internacional y los americanos enfervorizados levantados de sus asientos para dejarse las palmas de sus manos a la hora de alabar la situación.
Qué envidia. Yo sé que no tenemos letra en el himno para ensalzar las cosas buenas que tenemos, pero eso no quiere decir que nos podamos sentirnos orgullosos en público de haber nacido en este país. El orgullo español es orgullo español, no entiende nada de ideologías, pero la tendenciosa espiral del silencio nos ha hecho señalar a aquellos que visten con distinciones de la rojigualda como «fachas» mientras vestimos camisetas con la bandera estadounidense, o lo que es peor, hechas en países del Tercer Mundo a bajo coste.
No vale ser español sólo cuando en los deportes nos van bien. Hay que serlo tanto cuando no se llega a un pacto para el gobierno como para cuando uno de los nuestros gane un Nobel, como ya hicieron Ramón y Cajal o Severo Ochoa. Nuestro país tiene muchas vergüenzas que tapar, como todos, pero hemos tenido a Miguel de Cervantes, a Pablo Picasso, Francisco De Goya u Ortega y Gasset llevando nuestro nombre por todo el mundo en sus correspondientes ámbitos. Como para no sentirnos orgullosos.
Cuando dejemos atrás nuestros fantasmas, será cuando este país avance. Mientras tanto se sucederán enfrentamientos sin sentido e historias sin trascendencia en lo alto de la mesa de los periodistas. No tengamos miedo: no soy ni de izquierdas ni de derechas, soy español.