Con los asesinatos de Orlando aún resonando en nuestras mentes, celebramos esta semana un Orgullo LGTB+ (que no Orgullo Gay, como he leído demasiadas veces) más comprometido que nunca con la igualdad de las distintas orientaciones e identidades sexuales. Una compañera os trajo hace un par de días este artículo sobre los orígenes de esta fiesta de reivindicación, pero yo hoy quiero contaros por qué es necesario que en la actualidad siga existiendo.
Hay una creencia muy extendida entre la sociedad española de que la igualdad del colectivo LGTB+ está ampliamente superada. Igual que en el caso de la desigualdad entre hombres y mujeres (os hablé de ello en mis artículos sobre feminismo, con su primera y segunda parte), se defiende que la igualdad legal es una garantía de igualdad social, y que, sabiendo que ya hay hasta bodas homosexuales, ¿qué más quieren?
El problema al que nos enfrentamos viene de lejos. Durante siglos, las relaciones homosexuales han sido reprimidas, escondidas y castigadas. Es cierto que desde aquel 28 de junio de 1969 en Stonewall han cambiado muchas cosas. Y sí, también es cierto que en España no cuelgan a los homosexuales de grúas por haber tenido relaciones. Sin embargo, nuestra desigualdad aún existe, y no sólo son las agresiones por LGTBfobia (en lo que va de año ya hemos sufrido 105 sólo en la Comunidad de Madrid). La desigualdad es más profunda y lo peor, en la gran mayoría de casos, es invisible. Bienvenidos al maravilloso mundo de la heteronormatividad.
Por definición, todo en nuestra sociedad es heterosexual. Y no sólo hablo de cine, series o literatura (que lo siguen siendo, según el informe de 2015 de la asociación GLAAD, sólo un 17,5% de las películas estadounidenses de 2014 incluían un personaje LGTB+). Hablo también de anuncios (cómo olvidar el del niño de McDonald’s que tenía tres novias), de educación o de la forma en que nos relacionamos con las personas.

Tal y como en un juicio existe la presunción de inocencia, en nuestra sociedad existe la presunción de heterosexualidad. Todo el mundo es heterosexual hasta que se demuestre lo contrario. Damos por hecho la orientación sexual de las personas, y aunque esto pueda parecer inofensivo, realmente tiene unas consecuencias devastadoras.
Si la heterosexualidad es lo normal, lo habitual, aquello que todo el mundo es por defecto, cualquier orientación no heterosexual será una desviación, algo que se sale de la norma, lo raro. Así, explicaremos la sexualidad heterosexual en las escuelas pero no otras formas, porque esas son desviaciones de lo normal. Entenderemos que hombres y mujeres se complementan entre sí, que son dos partes de lo mismo. Que un hombre sin una mujer no está completo, y una mujer sin un hombre tampoco lo está. Y sobre todo, cuando digamos “hombre” o “mujer”, todos, inconscientemente, imaginaremos a una persona heterosexual.
Los niños crecen creyendo que lo normal es ser heterosexual, y que todo lo que se sale de eso es extraño. Cada día vemos a personas heterosexuales. En los anuncios de la calle, en el cine, en la televisión. Pero cuando aparece una relación homosexual, la tratamos de forma diferente. Si un niño dice que tiene novia, nadie va a decir que es muy pequeño y todavía no sabe bien qué le gusta. Si dice que tiene novio, sí.

Pero esto no es lo peor. La heteronormatividad tiene su consecuencia más visible en la existencia de los “armarios”. Os propongo un juego. Imaginad a una chica, de unos catorce años, que acaba de tener su primer beso con un chico. ¿Esa chica se cuestionará su sexualidad? ¿Tendrá problemas para aceptar lo que acaba de hacer? Probablemente no, ¿verdad? Pero si esa experiencia la tiene con una persona del mismo sexo, la situación cambia, y será mucho más probable que se cuestione lo que ha hecho, e incluso le costará aceptarlo.
Y este es un gran problema. Mucha gente de la comunidad LGTB+ coincide en que en el momento de empezar a entender que su orientación no era heterosexual, lo rechazaron. Y la razón era tan simple como que ser heterosexual en nuestra sociedad es mucho más fácil. En cierto punto de su vida, muchas personas LGTB+ rechazan lo que son porque no quieren enfrentarse a una vida difícil. Voy a tener que salir del armario y dar explicaciones sobre mi sexualidad, cosa que las personas heterosexuales no se van a ver obligadas a hacer. Voy a tener que soportar que la gente juzgue si mis relaciones son legítimas o no.
No estoy atacando la heterosexualidad, ni mucho menos. Es una orientación tan válida como otra cualquiera. Pero precisamente por eso tenemos que mirar a todas las orientaciones e identidades sexuales desde un mismo ángulo, tratándolas con igualdad y dándoles la misma visibilidad. Al cien por cien. Sólo así llegaremos a una igualdad real, de la que todavía estamos muy lejos.
Que haya más personas heterosexuales que del resto de identidades no es suficiente para justificar la heteronormatividad. Según el barómetro del CIS de mayo de 2016, un 72,1% de los españoles son católicos. Sin embargo, no damos por hecho la religión de las personas con las que nos relacionamos. ¿Por qué sí damos por hecho su sexualidad?
No preguntéis a vuestros hijos o sobrinos si ya tienen novia. Preguntadles mejor si les gusta alguien, una chica… o un chico. Lo mismo para las niñas. Aunque parezca un gesto tonto, puede servir para aportar vuestro granito de arena a la destrucción de los modelos desiguales en los que encajamos las orientaciones e identidades sexuales.
Vivir con orgullo es asumir que vives con algo difícil, algo que te va a hacer daño. Asumirlo y aceptarlo como un regalo, algo bueno y que puede que te dé los mejores momentos de tu vida. Es dejar de querer cambiarte a ti mismo, aceptarte y entender que realmente no querrías ser de ninguna otra forma. El orgullo es, en definitiva, amarte a ti mismo por aquello por lo que miles te odiarán.
Por eso tenemos que quemar los armarios. Porque ser libre no es poder salir del armario sin ser juzgado. Ser libre es no tener que salir del armario porque este nunca ha existido.