Hoy Alex se levanta feliz. Lleva mucho tiempo esperando este día. Por fin va a ver a su cantante favorita. Hace dos años que la vio participar en The Voice y desde entonces ha seguido fielmente su trayectoria. Esta noche va a verla en concierto y no puede esperar a que empiece. Lo primero que hace al levantarse es escribir un tweet en el que apenas es capaz de contener la emoción.
Al otro lado de la ciudad, Amanda se despierta para ir a trabajar. Ha sido una semana larga pero ya es viernes. Por fin. Cuando mira por la ventana, ve que está empezando a llover. Suena un silbido desde su móvil. Su amigo Oscar ha mandado una foto por su grupo de amigos con el mensaje “MAÑANA PULSE!!!” y un emoticono.
Esa misma noche, Alex va a ver cómo asesinan a una persona ante sus ojos. Su cantante favorita, Christina Grimmie, va a perder la vida porque un chico va a decidir dispararle a la cabeza. Por su parte, a Amanda le quedan pocas horas de vida. Otro chico ya ha decidido que ella no merece vivir porque ama a las personas de su mismo sexo.
Fueron Kevin James Loibl y Omar Mateen. Ellos también han muerto, después de ayudar a hacer del mundo un lugar un poco más oscuro. Fueron ellos, pero no estaban solos. También fueron todos los que defienden que el derecho a poseer un arma es más importante que el derecho a la vida. Los que creen que una pistola podrá salvarles de esos malditos musulmanes sin darse cuenta de que lo único que hacen es allanarle el camino a la violencia y a la locura. Aquellos que ven en Donald Trump al salvador del mundo occidental y no entienden que es su verdugo. Fueron ellos. Pero también fueron los millones de personas que día a día predican la intolerancia. Aquellos que defienden que dos personas no pueden amarse porque a ellos les parece mal. Aquellos que se creen capaces de juzgar el amor de otros. Los que dicen que un hombre transexual no es un hombre de verdad y que una mujer transexual no es una mujer de verdad.
Están en Orlando, en Dallas y en Denver. Pero también en Málaga, en Buenos Aires y en Singapur. Fueron ellos. Ellos también apretaron el gatillo, no lo dudéis. Mataron a Amanda y a Christina. Asesinaron a las 50 personas del club Pulse y son los culpables de que otras 53 hayan quedado heridas.
Ningún artículo de ningún periódico del mundo va a reflejar una décima parte del dolor que se ha sufrido en Orlando este fin de semana. Una vez más, nos toca gritar de rabia y de vergüenza. Rabia porque seguimos siendo incapaces de eliminar el odio de nuestras vidas. Vergüenza porque esto suceda en el que se autodenomina el país más desarrollado del mundo.
Me niego a esconderme. Me gustan los conciertos. Me gusta disfrutar de la música y de mi tiempo libre. Me gusta poder amar a quien quiera. No voy a esconderlo. No voy a tener miedo. Christina no me lo permitiría. Amanda y el resto de personas de la discoteca Pulse no me lo permitirían. Pero sobre todo, yo mismo no me lo voy a permitir. Por ellos.