En mi familia tenemos la tradición de ir al cine cada 1 de enero. Año Nuevo es ese típico día en el que estamos todos juntos y nunca sabemos qué hacer y desde hace varios años peregrinamos hasta las salas para ver alguna de las películas en cartelera. Este año nos decidimos por Sufragistas. La cinta de Sarah Gavron que protagonizan Carey Mulligan y mi siempre amada Helena Bonham Carter trata la historia del movimiento sufragista en Reino Unido y era la única película que consiguió despertar interés en toda la familia.

Y Sufragistas me cautivó. No tanto por la película en sí misma como por la historia que me transmitía. Fue una verdadera bofetada de realidad. Una historia que me parecía tan imprescindible conocer que no comprendía por qué nunca había oído hablar de esas mujeres; por qué, en todos los años que he pasado sentado en una mesa escuchando hablar sobre Isabel II, Kennedy o Hitler, nadie había tenido tiempo para mencionar a Emmeline Pankhurst o a Emily Davison. Y sobre todo por qué la Historia y su enseñanza parecían encontrar innecesario que yo conociera lo que la mitad de la humanidad a la que no pertenezco había aportado al devenir del mundo.
Decidí que quería saber más sobre la lucha feminista. Y se me presentó la ocasión perfecta cuando en mi carrera nos pidieron leer libros históricos. Así llegó a mis manos Feminismo para principiantes, el ensayo sobre el movimiento feminista de Nuria Varela, periodista y escritora, que diversos foros sobre el tema recomiendan como una de las mejores puertas de entrada al feminismo. En él conocí mejor a Emily Davison, la sufragista que se convirtió en mártir cuando murió en 1913 tras ser arrollada por el caballo del rey Jorge en medio de una protesta. El funeral de Davison se convirtió en un multitudinario acto feminista, y dio el giro de tuerca necesario para que el Parlamento inglés aprobara cuatro años más tarde el voto de las mujeres.
Pero el feminismo es mucho más que el voto de las mujeres, y nunca nos lo han contado. El movimiento tiene sus antecedentes en la Ilustración y la Revolución Francesa, donde, nos cuenta Varela, no todo era tan bonito como nos lo han pintado siempre. Los grandes cambios sociales y políticos no tuvieron en cuenta a las mujeres, pero ellas “no fueron simples espectadoras”, sino que se organizaron y participaron en el proceso revolucionario a través de clubs y reuniones donde se empezaron a componer los primeros bocetos de lo que sería el movimiento feminista.

Mary Wollstonecraft (1759-1797; autora de Vindicación de los derechos de la mujer, reconocido como uno de los primeros libros en afirmar que la mujer no es naturalmente inferior al hombre), Sojourner Truth (1797-1883; una de las primeras voces del feminismo de las mujeres negras, que sufren aún a día de hoy tanto el racismo como el machismo), John Stuart Mill (1806-1873; filósofo inglés que junto a su mujer Harriet Taylor llevó a cabo una apasionada defensa de los derechos de las mujeres, y llegó a rechazar legalmente los privilegios que el matrimonio le otorgaba sobre su mujer) o Betty Friedan (1921-2006; autora de La mística de la feminidad, ensayo ganador del Pulitzer que ponía de relieve el estricto rol que otorgaba a la mujer la sociedad norteamericana de los años 50 y 60) son algunos de los nombres clave del movimiento feminista que jamás he visto aparecer en los libros de texto. Sí recuerdo estudiar a Clara Campoamor y la lucha por el voto femenino en España, pero siempre sin extenderse demasiado, y sin profundizar en otras mujeres importantes para el movimiento como Concepción Arenal o Victoria Kent.
No me creo que no hubiera tiempo para hablar de ninguna de estas personas. No me creo que un movimiento que ha influido de manera tan decisiva a la hora de construir la sociedad occidental actual no sea lo suficientemente importante como para constituir un fragmento sustancial del temario de Historia en la educación española.
Es imprescindible que las personas que lucharon y siguen luchando día a día por que las mujeres sean iguales a los hombres entren en la educación de los jóvenes. Esta es la única forma de que nuestra sociedad cambie realmente, y se convierta en un lugar donde todas las personas, independientemente de cuál sea su aparato reproductor, sean tratadas de forma igualitaria por la sociedad y sean atendidas sus necesidades específicas. Y así, quizá, se dejará de criticar al feminismo actual llamándolo radical cuando lo cierto es que el feminismo radical (llamado así en el sentido de que iba a la raíz de los problemas) fue un movimiento surgido en los años 60 en Estados Unidos, gracias al cual se pusieron sobre la mesa temas hasta ese momento silenciados y obviados porque se consideraba que eran asuntos privados de cada familia como el aborto, la libertad sexual o la violencia de género.
Brillante, post! brillante!
¡Me ha encantado tu reflexión!
Fue una peli impactante para todos, realmente nos manipulan al enseñarnos historia. Algun lumbreras decidió un día que este tema no era relevante 🙁