Opinión

Espejismo ético-político en Génova

Foto vía elconfidencial.com

Me sorprendió. La renuncia no es digna de una clase tan rancia como la política. Lejos de compartir las necias actitudes de sus colegas y compañeros de partido, la engañosa renuncia de Esperanza Aguirre parecía poner límites a la sinvergonzonería del electo. Elevados a categoría de ser impune gracias a las estructuras de poder creadas entorno a su figura, el aforamiento y el sistema de asignación del poder judicial, la lógica política apunta a comportamientos egoístas e individuales pese al acorralamiento, aparentemente rechazados en esta ocasión por una Esperanza presionada a través de diversos frentes.

La dimisión, precedida de un estratégico jaque mate en forma de intervención policial, puede tildarse de tardía y esperada, pero vistas las reacciones de compañeros en situaciones similares a lo largo de toda la geografía nacional, veía en ella un acto único y, por desgracia, poco habitual del que más de uno y una deberían aprender.

La tardanza es innegable. Excusada en el inexplicable desconocimiento de los movimientos de su mano derecha, Francisco Granados, Esperanza alargó hasta el extremo una muerte anunciada. Adoptando una postura idéntica a la del presidente del Gobierno -quien también debió adoptar medidas tras aflorar los primeros casos graves-, Aguirre pretendió que creyésemos en su no implicación gracias a su incompetencia como dirigente del Partido Popular madrileño. La supuesta inconsciencia respecto a las cuentas autonómicas del partido fueron utilizadas como torpe coartada desde la detención de Granados, pero la gravedad de lo publicado durante las últimas semanas ha desembocado en la marcha parcial de la líder popular.

Los constantes casos de corrupción forjados en las entrañas del PP madrileño sobrevuelan constantemente la cabeza de Esperanza, quien ha variado su discurso progresivamente conforme se sucedían los hechos. La falta de cohesión en el eje cronológico que forman sus declaraciones vuelven a dejar en evidencia a su figura y al Partido Popular, quien debería haber tomado medidas tan drásticas como la recién tomada por Aguirre.

La corrupción es, sin duda, el factor más importante que aleja al Partido Popular del Gobierno. La falta de contundencia frente a las distintas tramas y corruptelas ha dejado retratado en varias ocasiones a un presidente que, aun falto de decisión para combatir esta lacra, ha vuelto a ser el más votado por el pueblo, quien debe estar viendo en su gestion económica un balance positivo.

La marcha light de Aguirre supone un gran varapalo para la formación dirigida por Mariano Rajoy. La caída de dos de sus figuras destacadas -Aguirre y de forma inminente Barberá– puede fácilmente traducirse en el desmembramiento de la cadena de podredumbre que dirigía el partido.

La crisis es aguda. Los picos de afectación coinciden con momentos delicados, y es que los ataques contra la corrupción popular se multiplican mientras el PSOE se acerca a una legislatura compartida y de corta duración, alejando así unas segundas elecciones que darían con el Partido Popular como nuevo vencedor a costa del hundimiento de Ciudadanos, todavía neutral y poco activo.

En definitiva, la renuncia de Esperanza Aguirre profundiza en la delicada depresión fiscal y judicial del Partido Popular. Su dimisión se me presentó como un acto distinto ante los parásitos que todavía siguen aferrados a su cargo, pero el trasfondo de la noticia me devuelve a la misma actitud. La partida de Esperanza, parcial y medida, se ha reducido a la presidencia de la Comunidad de Madrid, no a su actual cargo de concejal en el Ayuntamiento de la capital española.

Sigue estando ahí. Sigue siendo fuerte -como le pediría Mariano-, sigue agarrada. No se soltará, debe ir con el cargo. Me lo creí, pero en realidad nada ha cambiado.

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