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Reflexión y positivismo de la mano de Albert Espinosa

Foto vía fiuxy.net

Jornadas como la de ayer generan en mi una larga lista de sentimientos encontrados. Más allá del conocimiento de causa sobre la que se ha convertido en la enfermedad del siglo XXI, el Dia Mundial Contra el Cáncer sirve como reivindicación de la lucha, del espíritu combativo de  aquellos que todavía se resisten a él, de todos los sanitarios que día a día intentan dar un paso más hacia la cura y, sobre todo, de todos aquellos que, a pesar de su insistencia en la pelea, perdieron la batalla.

Aun desde fuera, alejado por fortuna de las más cercanas experiencias, el efecto del recuerdo es, para mi, devastador. La sensación de impotencia, mezclada con la nostalgia y la añoranza a aquellos conocidos derrotados, provocaron un estado de decadencia que tan solo podría ser solucionada de una manera.

Innumerables son los afectados que llaman al optimismo y fuerza como factor determinante. El mismo Lance Armstrong, aunque terminase ejerciendo como antagonista en su propia historia de superación, habló del cáncer como lo mejor que le había pasado en la vida y otra gran cantidad de reconocidos supervivientes han hablado del trance como un punto de inflexión que, con la cura, se convertiría en positivo, pero nadie supo transmitirme sus vivencias de misma manera en la que hace dos años lo hizo Albert Espinosa.

Albert -guionista, actor, director y escritor español- padeció cáncer entre los trece y los veinticuatro años y, tras su cura y recuperación, se encargó de enseñar al mundo la lectura más positiva que jamás he leído sobre la enfermedad. Sincero, cercano y, sobre todo, optimista, formuló en su obra El Mundo Amarillo (2008) una guía de supervivencia emocional y un callejero hacia la felicidad que traspasó las barreras del éxito nacional y de la propia impresión, sirviendo como base sólida de la serie de televisión Pulseras Rojas, emitida entre 2011 y 2013, escrita por el propio Albert y traducida a varios idiomas, destacando la versión estadounidense, cuyos derechos fueron comprados por Steven Spielberg.

Vertebrada según el poema «Autobiografía», de Gabriel Celaya, Espinosa divide, conforme a la composición, uno de los mejores ejemplos de vitalidad en cuatro etapas diferentes que representan el propio tránsito de la vida.

La necesidad que sentí de volver a leer alguno de sus fragmentos en la tarde de ayer fue enorme. Compañero en el metro, El Mundo Amarillo amansó esa sensación impotente  y melancólica, recordándome de nuevo alguno de los veintitrés consejos o descubrimientos que Albert nos regaló.

Volvió a engancharme como lo hizo la primera vez, cuando se convirtió en causa eficiente de mi actual afición a la lectura. Me recordó de nuevo la importancia de saber decir «no» en esta vida y la necesidad de enfrentarse a las grandes decisiones con calma y sosiego. Se reiteró en la autorregulación del dolor y en la necesidad de un alto componente de empatía y comprensión en todos nosotros. Me replanteó el preguntar diariamente, a mi mismo y a los demás. Me emocionó como ya hizo hace dos Navidades, lo redevoré gracias a su sencillez -excesiva para algunos lectores- y tono esperanzador e ilusionante. Me demostró, una vez más, que soy un privilegiado y, sobre todo, me impulsó en mi carrera por afrontar los distintos desafíos o proyectos ideados.

Hizo de mi día un poco más llevadero. Me mostró la traducción más positiva de una enfermedad tan cabrona. Me hizo más humano y, espero, os hará más humanos a vosotros. Diferente al resto de obras de Albert, se ha convertido en el libro de cabecera de mucha gente. Capaz de alegrar cualquier situación y de aclarar cualquier momento difícil, El Mundo Amarillo debería ser de obligada lectura.

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