El tiempo corría en mi contra, pero terminé llegando. Con las prisas y la falta de experiencia en estos círculos, los nervios volvían a hacer acto de presencia, pero esta vez no tardaron en desaparecer. Cámara en mano, de nuevo, bajé las escaleras corriendo al empezar a escuchar los primeros acordes. El ambiente me era inusual y mi gusto por la música alternativa, distante de parte de lo que se mostró el pasado sábado en el escenario del madrileño club Ocho y Medio.
Fueron los pamploneses Exnovios los encargados de introducirme definitivamente en un mundo que se mostró mucho más independiente de lo que me esperaba. A pesar del contraste, la adaptación fue gradual. Comedidos, tranquilos y calmados, hicieron del aterrizaje algo más sosegado para que el impacto no fuese tan brutal. Desde la primera fila y cerca de Ana Perrote -vocal y guitarrista de las verdaderas protagonistas de la velada, Hinds-, la primera hora de concierto, a cuyos intérpretes prácticamente desconocía, sirvieron de dulce introducción al más absoluto caos y extrema locura, protagonizada por el argentino Tall Juan durante el segundo acto del espectáculo.
Acompañado por su guitarra acústica, una batería y un bajo, Juan -bonaerense de aire ramoniano adoptado por Nueva York- contrarrestó la calma expuesta hasta el momento y puso patas arriba una sala cada vez más abarrotada. El paso de los minutos significó la pérdida de algunas prendas y todo el pudor del personaje. Cargado de una energía poco habitual y llevando al límite la actuación en varios momentos, Juan Zaballa consiguió cargar definitivamente las pilas a las más de novecientas personas que se reunían en la Sala Ocho y Medio a la espera de la tercera de las actuaciones.

El constante flujo de entrada de espectadores durante la segunda actuación reflejaba perfectamente la expectación generada por Hinds en la capital. El final de la segunda de las actuaciones, con representación entre el público incluida, dio paso a la corta -aunque a su vez eterna- espera del público. Las pruebas de sonido dejaron ver vagos detalles de aquellas canciones que pocos minutos después harían saltar a todo el club. Impaciente y agitado, más de uno trató de asomarse por debajo del telón en busca de un guiño que no tardaría en llegar.
Igual que la escondió, la cortina volvió a dejar a la luz la escena. Ya estaban, la locura se desataba. Superando todas mis expectativas -y aparentemente también las del propio grupo-, el movimiento Hinds alcanzó ayer uno de sus niveles máximos. En su ciudad natal, aunque paradógicamente lejos de aquellos puntos donde consiguieron su más prematuro éxito, Ana, Carlotta, Ade y Amber recibieron un cariño dificilmente cuantificable por parte de un público madrileño entregado y con ganas de multiplicar el tímido apoyo mostrado durante los primeros años de historia de Hinds -o Deers, como se llamó primariamente la formación-.

La vuelta a la sensatez en la representación fue inversamente proporcional a la reacción en la pista. La mecha encendida por Tall Juan terminó de prender minutos más tarde hasta hacer arder el local entero. El movimiento en las primeras filas era constante, rozando el agobio, y terminó haciendo imposible mi labor de fotógrafo. El abandono era inminente, preferí recular y huir de tanto seguidor desencadenado.
Desde segunda fila de guerra, tranquilo y después de cruzarme al ya mencionado Tall Juan, pude seguir disfrutando del espectáculo. La perspectiva era todavía mejor. La multitud saltaba frente a Ana y Carlotta y aupaba a Ade protagonizando una escena digna de película. El «rock de garaje pop y cervecil» -como ellas mismas definen- triunfó, encontrando en Hinds el mejor exponente posible. El grupo madrileño se desmarcó del hype primario que les llevo a girar por todo el mundo con dos temas escasos e insistió en confirmar que la apuesta es seria.
La capacidad de reflejar la actitud de sus seguidores y la imagen mostrada por estas cuatro figuras de apariencia angelical rodeadas constantemente de ruido y cerveza se presentan como factores fundamentales en la consecución de una fama equitativa y justa. La fiesta organizada en torno a Hinds era -y es- constante y esta terminó de materializarse al ocaso del show, al ritmo de una versión de Davey Crockett de Thee Headcoatees esperada y bailada que terminó derivando en una invasión del escenario que bien representó el delirio incesante de la noche.
La entrega fue recíproca. La simbiosis entre público y grupo, palpable. El éxito del directo -todavía mejor que el disco-, rotundo. Hinds se confirmó en casa. Hinds demostró querer sonar en España y Madrid, necesitados de escucharlas una y mil veces más, demostró hambre de ese rock tan de garaje, tan de buen rollo y tan escaso en nuestro país. Ahí se ubica el verdadero triunfo de la formación. Ahí se ubicará el verdadero triunfo de esta música alternativa, cada vez más global, adaptada y compartida.
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